Frenar los discursos de odio

Frenar los discursos de odio

Frenar los discursos de odio

Altagracia Suriel

Las banderas del odio, el irrespeto y la desconsideración se levantan por doquier en una sociedad del espectáculo que recuerda al circo romano en el que las masas, hambrientas de éxtasis, se enardecían disfrutando de la crueldad y la aniquilación de los marginados sociales.

Las redes sociales han normalizado el odio convirtiéndolo en entretenimiento y en disfraz de moralidad, de nacionalismo, de progresismo o de conservadurismo.

El discurso de odio ha tenido tanto calado que las organizaciones internacionales ya han emprendido campañas para frenar este mal que se traduce en injusticias, acoso y exclusión para personas y grupos sociales.

La Estrategia y el Plan de Acción de las Naciones Unidas para la Lucha contra el Discurso de Odio, adoptada en el 2019, define el discurso de odio como “cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito, imágenes o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son o, en otras palabras, en razón de su religión, origen étnico, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género, orientación sexual, características sexuales u otro factor de identidad”.

Todos tenemos el reto de educar y educarnos en tiempos donde la polarización y los extremos se han convertido en cultura. Tenemos que aprovechar las oportunidades que nos brinda la educación como instrumento para afrontar y contrarrestar el discurso de odio.

El odio es desconocimiento y negación del bien. Platón decía que “la ignorancia es la madre de todos los vicios”. Frente a la ignorancia la única arma disponible es la educación.

En vez de asumir la actitud de jueces frente a los demás, o de pasar de largo frente al daño a otros, estamos llamados a educar y a enseñar, sobre todo con el ejemplo. El diálogo, la sana confrontación de ideas, el respeto a la diferencia y la innegociable tolerancia son esenciales para la democracia y la convivencia pacífica, cultivar esos valores es responsabilidad de todos nosotros, en todos los ámbitos.