El bien termina por imponerse.

El bien termina por imponerse.

El bien termina por imponerse.

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. En la misma medida en que se avanza en conocimiento y madurez en la existencia, quien reflexiona cada día, lee, piensa, observa, y asume conclusiones sobre las verdades que nos proporciona el diario vivir, deberá acceder a la ineludible conclusión de que la vida es una confrontación decisiva y permanente entre lo que denominamos el Bien y el Mal.

Esa lucha se manifiesta a cada instante. Y, de acuerdo con la postura que se asuma, dependerá nuestro destino personal, nuestra existencia, porque nada ni nadie escapa a esa confrontación. Quizás no siempre logren explicarse las ocurrencias de nuestra propia existencia, lo que denominamos destino personal. La verdad definitiva es que todo cuanto ocurre está íntimamente conectado o relacionado.

Muchas veces cuanto calificamos como destino personal, tarda en manifestarse o hacerse evidente. Incluso uno puede confundirse y creer que la práctica del bien no compensa, y que la maldad lleva todas las de ganar. Solo que no es así.

La existencia es un sistema de compensaciones. Es todo el bien por todo el mal. Si apreciamos nuestra propia vida como una realidad misteriosa y de compleja comprensión y explicación, se pueden derivar conclusiones lógicas en este sentido. Aprendí de mis profesores de los colegios Don Bosco, Loyola y Calasanz la necesidad de aislarse por algún tiempo cada día, poner la mente en blanco, cerrar los ojos y acceder a nuestro interior, nuestro YO íntimo. El resultado es una auténtica conexión con el infinito del que somos parte esencial.

Es importante hablar consigo mismo. Descubrirnos como si fuéramos esa imagen que todos recordamos de una niñita recostada en el piso, inocente, mirándose a sí misma y preguntándose, desde su absoluta inocencia, sobre todo cuanto tocan sus manitas y aprecian sus ojos.

Es lo que se denominaba examen de conciencia. Mirar hacia nuestro interior de manera descarnada, fría. Ir más allá de las apariencias. Y, en ese contexto, al principio confuso y nebuloso, vislumbrar las verdades de la existencia. Porque todo está frente a nosotros, pero es preciso descubrirlo. Convencerse de ello.

Si hablara de mis experiencias de los últimos años, podría decir que son esclarecedoras. He conocido en profundidad lo que es la bondad, la entereza, la calidad humana. He vivido en una cotidianidad de gente muy valiosa, con un corazón inmenso, de una integridad excepcional.

A Dios le agradezco haberme proporcionado momentos indescriptibles. Asimismo, estoy agradecido por mostrarme, contenidos en una jaula de hierro, a demonios enfurecidos y maldicientes a los que decidí ignorar y hacerlos a un lado. No hay nada como esa presencia de personas bondadosas, generosas, trabajadoras, decentes, respetuosas, que, juntos, realizamos una obra que puede calificarse como maravillosa.

Una obra de rescate de la dignidad de nuestros héroes nacionales, colocando a Juan Pablo Duarte en primer término, una obra de rescate de nuestra dignidad y nuestra buena fama como dominicanos.

Esas personas fortalecieron nuestras creencias sobre la decencia intrínseca de la condición humana, sobre el concepto del bien, del servicio, de la generosidad, de la decencia.

Ellos saben a quiénes me refiero. Hermanos nicaragüenses y hermanos dominicanos. Les agradezco de todo corazón tanto respaldo, tanta contribución, tanta honestidad, tanta decencia, un proceder que nunca olvidaré.

La generosidad y la bondad, prosperan en todas partes, incluso en las arenas más ardientes del desierto.
Ha sido un tiempo de pruebas, en el que la perversidad estaba al acecho, siempre activa, desaforada e infinitamente maliciosa.