Aguaceros y libros extraños

Aguaceros y libros extraños

Aguaceros y libros extraños

Roberto Marcallé Abreu

Estos últimos han sido días de torrenciales lluvias de una admirable y casi interminable intensidad. Desde que arribé al país, meses atrás, hemos apreciado no sin cierto asombro la indetenible presencia de vaguadas y aguaceros tan intensos que, por momentos, uno imagina que, como un diluvio, no van a detenerse nunca.

Los desagües urbanos no dejan de ser un viejo problema y en numerosas vías las filas de vehículos se hacen interminables frente a charcos impredecibles. El agua marrón se acumula en calles, aceras y contenes y la marcha de toda clase de vehículos se hace lenta e interminable.

Las hileras de vehículos, obstáculos, apagones, la basura acumulada que se desliza por las corrientes de agua marrón, entorpece el normal desenvolvimiento del tránsito.

Nuestra ciudad es siempre nuestra ciudad y uno no se cansa de mirar desde las ventanas cómo se manifiesta su infinita diversidad.

En definitiva, la más grata compañía en esos y todos los momentos son los libros que nunca te abandonan, siempre están contigo, amorosamente cerca. Antes de retornar al país, tras una ausencia de años, cargué con varias decenas.

Siempre he creído que si algo de verdad enriquece nuestras vidas es la lectura sistemática de textos para quienes amamos la palabra escrita. Me he sentido feliz al retomar la bellísima versión publicada por la Editora Corripio de “Don Quijote”, encuadernado en piel e ilustrado con letras de pan de oro.

Hay un enigmático libro que perdí en una de mis largas estadías en Nueva York, cuando me desempeñaba al frente de la edición internacional de “El nacional”: “Sexo y carácter”, del adolescente suicida Otto Weininger y que logré recuperar en Nicaragua tras buscarlo por decenas de años.

Leí y releí detenidamente el fabuloso texto de mil 600 páginas de Alexis Gómez Rosa, “El Festin”, uno de nuestros más relevantes genios poéticos, de aquí y de muchas partes, desaparecido en situaciones tan trágicas como amargas. Me refiero al voluminoso texto “El Festín”.

Decidí releer todo lo escrito por H.P. Lovecraft, el enigmático creador de el “Necronomicon”, el único libro verdaderamente maldito.

Uno no sabe si su autor fue un ser humano o un descendiente directo de Satanás. Leí mucha literatura histórica y literaria nuestra desde “la trágica aventura del poder personal” hasta “Una satrapía en el Caribe”, las memorias de Johnny Abbes García, “Trujillo y yo”, el ensayo escrito por el poeta y amigo Tony Raful entre otros. Retorné a los clásicos dominicanos y latinoamericanos, releí el maravilloso texto de Summer Wells y tantos libros…

Por supuesto, pude dedicar muchas horas a los clásicos estadounidenses, franceses, rusos, españoles y latinoamericanos, tanto modernos como ya fallecidos y, por supuesto, utilicé tiempo en releer mis propios libros, corregirlos una vez más, preparar nuevas ediciones de los que ya se han agotado y sentar las bases para otros nuevos textos, tales como historias, novelas, cuentos y muchos otros que, espero, vean la luz en los meses por venir…
A esos gratos menesteres he dedicado estos días de lluvias.

Particularmente, he dedicado tiempo a una novela en la que procuro elaborar una compleja trama que, tengo la certeza, será del interés de muchas personas.
Esperemos que su lectura nos sirva para transformarnos en personas mejores y ampliar las dimensiones de nuestra condición humana.



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