La patria es lo primero

La patria es lo primero

La patria es lo primero

Roberto Marcallé Abreu

Sería colocarnos una venda oscura sobre los ojos si no advirtiéramos que República Dominicana vive un momento tan delicado como complejo en el que asoman en el horizonte enormes y graves peligros que podrían acentuar muchos de nuestros males e incrementar situaciones muy delicadas para nuestra existencia como país soberano e independiente.

La variable fundamental de este desconcertante estado de cosas tiene su origen en la crisis cada vez más grave de Haití.

Bastaría leer las declaraciones que se originan en los organismos multinacionales, como las Naciones Unidas, para comprender que en esa y otras entidades y países de gran relevancia universal, se ventila de manera sistemática que la solución viable y consistente es la de que República Dominicana asuma la responsabilidad de recibir una migración multitudinaria procedente de un Estado caracterizado por el caos y la anarquía.

Recientes declaraciones originadas en esos litorales evidencian el propósito de transformar República Dominicana en un gran campo de refugiados haitianos con todos los derechos que incluso trascienden límites sencillamente inaceptables.

Las noticias evidencian claramente una carencia de respeto hacia los dominicanos, su pueblo, su historia y sus autoridades. Al margen de todas nuestras querellas y dificultades internas, debe ser sólida e intransigente la predisposición de llegar hasta donde sea necesario para preservar la existencia de la nación dominicana y su institucionalidad.

La postura del presidente Abinader y su gobierno han sido firmes y consecuentes con los principios que norman el origen de nuestro país, y sus fundamentos nacionales, el respeto irrestricto a nuestra historia y a la lucha librada por miles de dominicanos, encabezados por sus héroes y heroínas, orientada a preservar nuestra cultura, nuestros orígenes, su integridad, su esencia.

La historia sería la de un pequeño país que enfrenta todo un concierto de contubernios y tramas orientados a distorsionar y violar descaradamente los principios en los que se asienta su orden jurídico, su historia, su cultura, así como los logros obtenidos con mayúsculos sacrificios y esfuerzos.

Es vital llamar la atención del presidente, de quienes hacen vida pública, y los partidos que integran la oposición, así como las instituciones de diversa naturaleza a unificar voluntades hacia el propósito irrenunciable de proteger la patria dominicana. Confrontamos una situación tan sutil como delicada.

Ahora más que nunca hay que situar en su lugar más elevado la nacionalidad dominicana, nuestra cultura, nuestros principios. La bandera tricolor debe reinar en los cielos, el frente de las casas, las instituciones, en nuestros pechos, en nuestra frente y en nuestros brazos y manos.

Es preciso que el himno nacional se interprete de forma incansable con aires marciales tanto en la mañana como al mediodía y la noche.

Similar tarea debe ser acogida por las organizaciones políticas, culturales, de servicio y de todo orden. Es preciso organizar marchas patrióticas, y exponer el sacrificio de nuestros héroes nacionales cuantas veces resulte posible.
El momento es de una gravedad y una importancia descomunales.



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