Estos días de abundantes aguaceros y los subsecuentes inconvenientes debido al muy deficiente sistema urbano de desagües pluviales, me ha permitido observar de nuevo el proceso eleccionario norteamericano, del que no me había actualizado desde la celebración de las convenciones de sus dos principales partidos, el Demócrata y el Republicano.

No salgo de mi asombro al observar la campaña electoral en Estados Unidos, supuesta a terminar con sus elecciones el próximo 8 de noviembre, la cual se ha caracterizado por el racismo, que no es más que la exaltación de un sentimiento de menosprecio por el etnicismo de una grupo hacia otro, y la xenofobia o rechazo hacia extranjeros, que supone la exclusión basada en motivos de raza y que tiene por objeto anular el reconocimiento de los derechos humanos de cada cual.

Nueva vez me espanto observando al candidato republicano Donald Trump, quien desafió la base ideológica de su partido e impuso una agenda propia, declarando ahora su simpatía por inmigrantes y afroamericanos, en un intento por capturar votos que tan bien supo alienar prometiendo un muro sobre la frontera con México o deportando a millones de extranjeros que residen en ese país.

Las encuestas señalan que su rival, Hilary Clinton, encabeza las preferencias entre los afroamericanos con más del 50%, y con una clara mayoría de simpatías entre votantes de origen latino; mientras que grupos supremacistas blancos y miembros de la asociación de dueños de armas (NRA) apoyan vehementemente a Trump.

Clinton lo acusa de introducir la ideología del odio, mientras este responde cuestionando el estado mental de Hilary.

Solo nos cabe preguntar, ¿hacia dónde conducirá este camino de perjuicios, odios y rencores, que se suponían superados hace décadas? ¿Es este el ejemplo de democracia que se pregona a los demás países? Triste espectáculo electoral el que hoy en día presenta los Estados Unidos.