Del peatón y la necesidad de montarse a la mala

Del peatón y la necesidad de montarse a la mala

Del peatón y la necesidad de montarse a la mala

Por Yanela Zapata

Tener un vehículo es una variable que nos estratifica socialmente hablando. Max Weber al hablar de clases planteaba la “posesión” o “no posesión” de bienes como un factor determinante para dividir la población en clases. En este sentido, me hice la pregunta siguiente: ¿En qué clase se puede incluir al ciudadano o a la ciudadana peatón, a ésos que transitan a través de las opciones de transporte público que se ofrecen en la ciudad de Santo Domingo?

Pero mi intención en este caso no es responder esta pregunta tan compleja, que sociológicamente implicaría realizar un análisis más profundo de los perfiles del peatón dominicano y dominicana. Mi objetivo en este artículo es plantear algunas reflexiones personales sobre el transporte público dominicano y la necesidad impuesta de adquirir un vehículo.

Comienzo diciendo que si fuera por mí, por decisión personal, libre y voluntaria, no obtuviera un vehículo. Me encanta caminar y tomar transporte público, conversar con la gente, observar la gente, sus gestos, sus expresiones…Corrección: me encanta tomar transporte público organizado y decente y caminar por calles seguras.

Pero en República Dominicana caminar por las calles y montar bicicleta es casi un intento de suicidio. Me atrevo a decir que el peatón se encuentra en el estrato social más bajo, sociológicamente hablando. Andar a pie equivale a poner en peligro la vida, tanto al momento de usar el transporte público, como al caminar en las calles y exponernos a ser víctimas de la delincuencia. Y nuevamente me da curiosidad: por cada diez dominicanos que andan a pie, ¿cuántos han sido alguna vez víctima de un atracador en la calle?

La primera meta de cualquier joven empleado es conseguir un vehículo. El sistema nos ha impuesto la necesidad de adquirir un vehículo desde que sea posible, es decir, desde que se consiga un empleo que nos permita financieramente adquirir un préstamo para comprar un vehículo. Para esto, nos metemos en préstamos financieros, que nos comprometen al menos tres años de nuestra vida económicamente activa, según nuestras posibilidades económicas. Si se trata de jóvenes empleados, que no dependen de nadie y que ganan salarios que no se adecuan a la necesidad de mantener un vehículo, esos tres años pueden extenderse.

Sin embargo, si montarse abriera la puerta hacia el mundo civilizado y seguro, algo positivo se le podría sacar a esta imposición del sistema. Pero no, montarse nos abre la puerta hacia otro mundo peligroso, nos da la bienvenida a una selva donde los reyes son los conductores que orgullosamente dicen saber conducir, por dominar muy bien el arte de conducir con tigueraje e imponiendo miedo.

Pero volvamos a hablar de los peatones, de esos que escapan a diario al riesgo de ser atropellados y para los que no hay semáforos que indiquen si pueden cruzar o no la calle. La gente que no anda montada, además de que ignora por dónde se supone que correctamente debe cruzar la calle, no cuenta con semáforos peatonales que les dé cierta seguridad. Y si alguna vez se topan con uno de esos escasos semáforos peatonales, no se pueden confiar: su utilidad es nula, pues cuando el muñequito indica “verde” también coincide que a una de las filas de vehículos de la intersección su semáforo le indica “verde”. El resultado es una confusión mental que invisilibiliza ese aparatito regulador del tránsito tan necesario.

En República Dominicana no se puede planificar una agenda con certitud. Uno de los factores que atenta contra cualquier deseo sincero de ser puntual es nuestro tránsito desorganizado. Cuando no hay certitud de cuáles son los tiempos de llegada y salida del transporte público en las paradas, cuando hay que destinar una o una hora y media para transportarse de un punto A un punto B, que están a menos de 5 kilómetros, se promueve la impuntualidad.

También se afecta la salud. Por un lado, se genera estrés tanto en el peatón como en los conductores. Todo el mundo apunta a llegar a su destino haciendo de todo: desde atravesar a pie una avenida peligrosísima ignorando que a 300 metros hay un puente peatonal, hasta transitar en vía contraria por ahorrarse 30 segundos. ¿En qué momento nos volvimos tan peligrosos y suicidas?

La respuesta está en que el Estado, el sector privado, la Sociedad Civil: todos los actores que hacemos posible que las cosas funcionen hemos promovido una cultura individualista que se refleja incluso en el transporte vehicular y peatonal. El pensamiento más común en el ciudadano conductor, en el chofer de carro público, en el taxista, en el guagüero, en los pasajeros es: “se me importa el otro, YO tengo que llegar rápido”.

La agenda nacional está llena de temas que son importantes. El tema de la educación es importante. El tema de la salud también es importante. El tema del sistema eléctrico es importante (y vitalicio) en nuestra agenda de prioridades. Pero asimismo, el tema del transporte y la movilidad urbana igual es importante, porque, tal como la educación y la salud, influye en la calidad de vida de los seres humanos, en su seguridad y en su libertad.

Las dominicanas y los dominicanos somos ciudadanos “libres” que andamos esposados. Las personas que han podido vivir la experiencia de andar con libertad, en países desarrollados y en vía de desarrollo que cuentan con un sistema de transporte modelo, sin importar la hora, sin importar el tipo de transporte, saben qué significa no tener como preocupación número “cuchumil” el transitar por las calles.

Tener un tránsito peatonal y vehicular que funcione respetando las leyes y garantizando seguridad da ventajas por todos lados:

1. Nos alivia de la necesidad creada de que hay que montarse a la mala, y nos permite postergar el proyecto de montarse para hacer esa inversión en otros proyectos que mejoren nuestra calidad de vida en un sentido diferente.

2. Nos da la libertad (sí, ¡libertad!) de elegir entre salir en vehículo privado o en transporte público cuando queramos, no porque uno y otro sea imperativo en términos de seguridad ciudadana, de provecho del tiempo y de nuestra situación económica.

3. Un transporte público organizado contribuye a la salud personal y del medioambiente. ¿Cuántas calorías podemos quemar mientras subimos y bajamos las escaleras de un metro o mientras caminamos algunos tramos de la ciudad con tranquilidad y seguridad?, pero igual, ¿cómo cambiaría el aire que respiramos, nuestra economía y los efectos sobre el medioambiente si condujéramos menos y redujéramos la emisión de dióxido de carbono que generan los vehículos?

4. Andar a pie también nos sensibiliza. Nos permite observar más nuestra ciudad, sus gentes, sus necesidades, sus lados grises y verdes. Nos permite salir de la burbuja de un vehículo con vidrios tintados y sumergirnos en el mundo inter-sociocultural de un transporte público, y conversar con uno que tanto dominicano o dominicana que se desahoga en la guagua, en el carro público o en el metro sobre lo que piensa de los temas cotidianos que nos afectan personal y colectivamente.

El sistema de transporte dominicano es el resultado de la ausencia de un plan de desarrollo urbano. Así como casi todo en nuestro país, la improvisación es el método. Todavía, creo yo, estamos a tiempo de convertir nuestro récord Guinness 2015, de ser el lugar más peligroso para circular por carretera, a ser de los que más seguridad vial ofrece a las y los ciudadanos.



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