Un antes y un después

Un antes y un después

Un antes y un después

Roberto Marcallé Abreu

Las dificultades de la situación que vivimos, en muchas de sus manifestaciones, no van a cesar por el momento. No obstante, el país da sus primeros pasos hacia un futuro promisorio.

Solo que las secuelas de un pasado turbio y oscuro, plagado de perversidades y degradación, aún nos abruman y desconciertan.

Ahora, más que en cualquier otro momento, es preciso que abramos nuestra mente y nuestro corazón a la fe y al esfuerzo. Solo una confianza indeclinable en nuestro destino permitirá que arribemos a buen puerto.

Pese al desastre heredado, es preciso mostrarle a ese concierto de hechiceros reunidos recientemente con aires festivos en los penumbrosos salones del partido que no liberó nada a excepción del desastre y que nos situó al borde de la total bancarrota, que el estado de cosas empieza sutilmente a cambiar.

Es lo que vimos y leímos del oscuro encuentro peledeísta: Sonrisas absurdas, actitud calculada y, no obstante, el nerviosismo a flor de piel. Ese aire ambivalente de desconcierto tras la sonrisa o la burda carcajada orientada a los ojos del público. Absurdas críticas con voces y gestos desaforados.

El mismo aire contaminado de esos días nefastos y finales en que abrieron de par en par las puertas a la pandemia tras la búsqueda de beneficios pecuniarios y politiqueros a cualquier precio. Igual desplegaron las arcas del tesoro público del que se sirvieron sin escrúpulos y largueza mientras sus discutibles fortunas particulares crecían hasta el infinito.

¿Encuentro? Basta con observarlos. En esos rostros de falsas y vanas actitudes, el miedo se revela tras los disfraces. Inseguridad, manos que tiemblan, miradas huidizas y equívocas, miedo, quizás terror…

¿En algún momento figurará en sus mentes la visión brumosa de lo que, indeclinable, se aproxima? ¿Las coordenadas de su sombrío futuro? Cuando los grilletes y las puertas de las cárceles se cierren.

Las paredes desnudas y de fino empañete, los pisos de cemento, los alambres de aguja en lo alto de las paredes, los rostros severos de los custodios que ordenan con gestos y no hablan.

La fiesta ha quedado atrás. Hora del chao, plato y cubiertos de plástico. El futuro como una noche que no termina. A diferencia de aquella novela de nuestros años adolescentes, la noche no quedará atrás.

Estará ahí, frente a sus ojos. Oscura, profunda. Por años y años…
Y afuera, ¿qué estará ocurriendo? Unos resultados del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud proyectaron que para noviembre la cantidad de fallecidos a causa del COVID 19 alcanzaría en el país la cifra de seis mil decesos. Los números actualizados de la institución lo reducen a dos mil 329.

A la fecha, de acuerdo a estos datos, “el país vive una realidad distinta en relación con mediados de julio cuando el promedio de muertes rondaba la cifra de veinte y una ocupación hospitalaria de un 90 por ciento”.

Jochi Vicente del Ministerio de Hacienda adelantó que, según informes rigurosos los ingresos del Estado se han incrementado en un 22 por ciento. El presupuesto aprobado para el año 2021, “se orienta de manera clara y definida hacia el desarrollo del país”. Es un criterio unánime.

Nos encaminados a un nuevo estado de cosas. Los índices de aceptación y popularidad del presidente Abinader y su equipo de trabajo son crecientes. Su conducta es democrática, consensuada, serena, rigurosamente institucional.

Problemas nuevos y viejos se plantean o resuelven. La normalidad asoma. Se abren las puertas al turismo.

Se restablece el horario laboral y 2.8 millones de alumnos estarán presentes en el año escolar.

El Banco Central anuncia que la economía ha estado mostrando una definida tendencia a la recuperación. La aplicación de justicia a quienes han desfalcado los fondos públicos y violado las leyes abrirá un antes y un después en la historia de la República Dominicana.



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