Lewiston intenta recuperar la calma y comienza a llorar

Lewiston intenta recuperar la calma y comienza a llorar a sus muertos por los tiroteos

Lewiston intenta recuperar la calma y comienza a llorar a sus muertos por los tiroteos

Después de dos días de encierro, con el terror de pensar que un asesino andaba suelto, los habitantes de la ciudad estadounidense de Lewiston intentan recuperar la calma y comienzan a honrar a los 18 muertos de los dos tiroteos que cambiarán para siempre este tranquilo municipio de Maine.

El miércoles por la noche un hombre de 40 años, militar en la reserva, rompió la burbuja de tranquilidad de personas que jugaban a los bolos en la bolera Just-in-time Recreation o a una partida de billar en el Schemengees Bar and Grille y los ciudadanos de Lewiston saben que nada será igual en sus vidas.

“Esto nos cambiará para siempre”, cuenta a EFE Sarah S., vecina de Lisbon, el pueblo a 12 kilómetros de Lewiston donde se encontró el viernes por la noche el cuerpo de Robert Card, en un camión de reciclaje, con un disparo autoinfligido.

Además de los 18 fallecidos, un total de 13 personas resultaron heridas en los dos sucesos, entre ellas un familiar de Sarah, un joven de 16 años que estaba jugando a los bolos y sigue en el hospital.

“Es indescriptible, realmente no tengo palabras para lo que esto ha sido para nuestra comunidad”, afirma casi al borde de las lágrimas, mientras sostiene una vela. Ha acudido a la vigilia que se organizó en Lisbon el sábado por la noche. Fue la primera muestra de duelo colectivo, tres días después de los sucesos.

La de Lewiston no ha sido una tragedia al uso, en la que los ciudadanos se echan a la calle a arropar a las víctimas con flores, velas o mensajes de cariño. Como lo hicieron en Uvalde después del ataque a la escuela primaria Robb (21 muertos) o en Las Vegas, en el festival Route 91 Harvest (59 muertos).

Tras los disparos de Card con su rifle de asalto, mientras se escabullía en un paraje lleno de bosques y ríos, los ciudadanos tuvieron que permanecer dos días encerrados en sus casas, con una sensación de terror desconocida hasta entonces, pero que muchas personas han experimentado en Estados Unidos.

Según la organización Gun Violence Archive, este 2023 ha habido 576 tiroteos masivos, aquellos en los que en un solo incidente hay al menos cuatro personas heridas o muertas, sin incluir al perpetrador.

Pese a que con el hallazgo del cuerpo de Card pasó el principal temor, a los habitantes de Lewiston les está costando despertar y muchos siguen todavía inmersos en su caparazón. “Este no es el final sino que es el comienzo, el principio del camino hacia la curación”, apuntaba en la vigilia el pastor Jonathan Jones.

El sábado no eran muchos los negocios que estaban abiertos y eran pocos los tributos físicos a las víctimas de la tragedia. Algún cartel con forma de corazón pegado en las señales o algún escaparate con un “No los olvidaremos”, conviviendo con la decoración de Halloween que rebosa estos días en cada esquina del país.

Este domingo, las autoridades han organizado una vigilia masiva en la basílica de San Pedro y San Pablo, un llamativo edificio de estilo neogótico, creado a comienzos del siglo XX, y que pertenece a la Diócesis Católica Romana de Portland. Iba a hacerse en un centro cívico, pero decidieron cambiarlo para albergar a más gente.

Esta mañana, en la misa de las 8.30 (12.30 GMT), el cura llamaba en su homilía a afrontar con fe el proceso de duelo y hacía una dura crítica a las armas de fuego: “Esto es lo que pasa por tener armas militares entre nosotros, destinadas a matar a la gente. Es muy peligroso, es estar rodeados de gasolina”, afirmaba.

Lewiston, añadía, “no es el final” de las tragedias: “Aunque pueda parecerte que vives en un espacio tranquilo, en cualquier momento te puede pasar a ti”.

La sensación que reina estos días en Lewiston es esta, la de lo inesperado, en un estado, Maine, que cuenta con índices de criminalidad mucho más bajos que la media del país: 1,7 homicidios por cada 100.000 habitantes, frente a los 7,8 de media nacional.

Este mismo estado, no obstante, figura entre los que tienen leyes más laxas de control de armas, sin apenas restricciones para su compra y posesión.

“Nunca piensas que te pueda suceder a ti. Te preparas, pero siempre esperas que esto nunca suceda aquí”, explica Bre Allard, de 40 años, profesora de la escuela primaria de Lewiston, la segunda ciudad más poblada de Maine, de 36.000 habitantes.

El sábado por la mañana acudía con sus hijos a colocar unas cruces de madera de color azul en los dos lugares de la tragedia y algunos dibujos que los niños hicieron durante el encierro.

“Necesitábamos algo que hacer para mantenernos ocupados y sabíamos que no podíamos salir, así que hicimos esto para mostrar nuestro apoyo”, relata.

El lunes, cuando vuelva al colegio, tocará enfrentarse a su clase, al dolor colectivo y a explicarles a los niños cómo sus vidas siguen. “Tienen muchas ganas de volver a clase, de volver a la normalidad”, explica esta madre de cinco hijos.

Las familias de los 18 fallecidos están haciendo su duelo alejados de las cámaras, pues en el centro de atención a familiares que se ha habilitado está estrictamente prohibida la presencia de medios, que ha sido muy numerosa estos días en una ciudad tranquila, de esas en las que nunca pasa nada, hasta que pasa.



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