*Por padre Fisner Vaillant

En este día en que celebramos a San José, trabajador, es una oportunidad para recordarnos que el trabajador debe ante todo ser visto y tratado como un hermano, un hijo, una hija, un padre, una madre.

Detrás de cada trabajador, cada empleado, cada colaborador, esconde un hermano, una hermana, un padre, una madre, un hijo, una hija.

El evangelio nos invita a tratar a los trabajadores como el pastor trata a sus ovejas: con amor, con ternura. El trabajo está llamado a ser, para el trabajador, no sólo un lugar de trabajo y de producción, sino también un lugar de vida, un lugar de realización. El trabajador no puede ser presa de su patrón, como éste no puede comportarse con los que están a su servicio como un lobo despiadado.

Desgraciadamente, con la frenética carrera por la ganancia, el mundo del trabajo se ha vuelto como una selva, donde uno se enriquece con la espalda, con el sudor y con la sangre de los pobres trabajadores. Por lo tanto, este día en que celebramos el trabajo debería ser una oportunidad para que cuestionemos las relaciones en el mundo del trabajo.

¿El salario que le doy a mi chofer es el mismo que le hubiera dado a mi propio hijo o a mi propio padre? ¿El sueldo que le doy a mi cocinera es el mismo que le hubiera dado a mi madre o a mi hermana?

Que el Señor nos conceda tratar a todas las personas a nuestro servicio con respeto, dignidad, justicia, amor.

¿El trabajo que hago como cocinera para la persona que me emplea es el mismo que haría si hubiera sido mi hija o mi madre?

Que el Señor nos dé a trabajar, no como mercenarios, sino con amor como si trabajáramos para nuestro propio hermano, nuestra hermana, nuestra madre, nuestro hijo.

Que el mundo del trabajo se convierta en un mundo evangelizado, un mundo evangélico.

*Cura Párroco