Una historia conocida

Una historia conocida

Una historia conocida

Nació en un hermoso pueblo rodeado de montañas, un lugar de ensueño: brisa fresca, un sol que le besa con suavidad cada mañana y un entorno que transcurre pausado. Un mundo inmenso y lleno de vida le rodea, le hace invitaciones constantes a descubrirle a través del aleteo de las aves, mientras marotea la mata de mango de la vecina, cuando disfruta del olor y el sabor de esa cocina casera con la que cada día modesta y sabrosamente le sorprende mamá.

El tiempo va pasando y los intereses cambian: Benedetti, Galeano, Neruda y Silvio Rodríguez hacen su parte, mira el mundo a través de ese cristal y con intensa picardía -desespero quizás-busca su musa, la mujer que le quite el aire, que pensarla es soñar. Este es el momento en que la madrugada se hace cómplice de una historia de amor que pocas veces se encuentra con el calor de la amada; aún así, la ama.

El tiempo va pasando y los intereses cambian: descubre que con poesía no se pagan las cuentas y de a poco, todas las hermosas montañas que le rodean con sus aves y sus ríos, sus secretas guaridas para hacer el amor cual paraíso de Adán y Eva van tomando forma de cárcel, piensa que en Santo Domingo la vida es otra, que si se esfuerza y logra hacerse de un título en la UASD, tendrá oportunidad de participar del sistema desde un lugar más “activo”.

Llega a la Capital y su hostil ambiente le rompe el corazón, no tiene idea de dónde sale tanta gente desalmada, mal intencionada. Le cuesta encontrar un lugar que no le grite su desfortuna y le llame al desespero. No aparece un trabajo, las mujeres no andan con poetas sin papeletas y ya no tiene paz… ni el recuerdo de las montañas, de los amores de juventud, de la cocina de mamá o su ilusión de ser “alguien“ logran devolverle la alegría de vivir.

Millones de dominicanos, generación tras generación se desperdician. Nunca sabremos lo que cada uno de ellos pudo o puede aportar a nuestro país, a nuestra cultura, a nuestra sociedad o a nuestra economía. Lo colosal de esta pérdida no se mide, solo rueda: de pueblo en pueblo, de familia en familia, de promesa en promesa.