Los dominicanos hemos creado el mito de vivir en una sociedad bucólica, llena de amor y bonhomía, en la que la solidaridad reina y los actos de violencia son la excepción.

Esa imagen no responde a la realidad. A pesar de sus innegables virtudes, la nuestra es una sociedad extremadamente violenta. Los hechos trágicos y desoladores de esta semana no nos permiten tener dudas de que es así.

Carecemos de muchas cosas, entre ellas de capacidad personal, institucional y social para resolver nuestros conflictos. Cuando de nuestros intereses se trata, nos falta humildad, nos falta empatía, nos falta claridad. Sólo vemos lo que queremos y atacamos todo lo que percibimos como un obstáculo.

A veces sin piedad, sin límites, sin considerar las consecuencias hasta para nosotros mismos.

Esto tiene que cambiar, pero para que eso suceda tenemos que ser realistas. Tenemos que dejar de creernos la versión cosmética en la que nos refugiamos para no enfrentar nuestra realidad. Tenemos que abandonar la infancia social.

La muerte violenta e injusta de Orlando Jorge Mera es el resultado de nuestras carencias como sociedad, carencias que no se construyen individualmente. Son obra colectiva. No hay forma en la que su pérdida pueda ser reparada.

Su familia cargará siempre el fardo pesado de su ausencia. No lo merecen, como no merecía él este fin.

Los demás tenemos una responsabilidad doble. Como personas debemos mostrar empatía y solidaridad con aquellos que han sido golpeados por esta tragedia. Como ciudadanos, debemos hacer un ejercicio de introspección y reflexionar sobre la sociedad en la que vivimos y la sociedad que queremos. Urge.