Los primeros de la lista

Los primeros de la lista

Los primeros de la lista

Roberto Marcallé Abreu

Es preciso haber estado en sus ojos, en su mente, en su corazón. Haber sentido esa sensación de miedo y sorpresa, el temblor en las manos, la angustia, la impotencia, el trágico final que se esbozaba en los gestos y las actitudes del o los asesinos con los que tropezó en el patio de su casa.

Respondía al nombre de Anyelina Mercedes de los Santos Johnson y al momento de ser encontrada en su residencia de Bella Vista tenía 83 años de edad.

Acostumbraba abrir la puerta trasera al mediodía para echar maíz a las palomas. Al momento de encontrarla “presentaba estrangulación mecánica y rasguños que pueden considerarse heridas de defensa”, nos explica Ramón Rodríguez.

Tenía un cable eléctrico enrollado en el cuello. Era pediatra, y se le describía como “una mujer enamorada de su profesión”. Jorge Nolasco, jardinero, declaró que días atrás “un hombre intentó entrar al patio de la casa. Era un individuo moreno que estaba tratando de usar un árbol de cereza para cruzar por encima de la pared.

Cuando la señora se percató del hecho me llamó. Al presentarme, el sujeto se dio cuenta y huyó del lugar”.

El escritor Curzio Malaparte, en “Kaputt” , que leo y releo con asiduidad, nos habla de las oscuras transformaciones que sufre el ser humano en tiempos de grandes calamidades.

“Mis amigos me observan en silencio y yo me siento en medio de ellos. Quisiera oír sus voces, quisiera oírlos hablar, pero permanecen inmóviles y cerrados. Me escrutan en silencio y yo noto que se apiadan de mi, quisiera decirles que no es mi culpa si me he vuelto cruel, todos nos hemos vuelto crueles.

Y Bárbara sonríe, asiente con la cabeza dándome a entender que sí, que me ha entendido. También los otros sonríen y asienten con la cabeza, como queriendo decir que no es culpa nuestra si todos nos hemos vuelto crueles”, son sus palabras.

Cándido Santos, sobrino de la dama asesinada, nos dice que el temor a los ladrones había obligado a doña Anyelina “a vivir como una prisionera”. “Mira, la casa es una fortaleza, ella vivía con todas las verjas cerradas todo el tiempo. El problema era que se descuidaba al mediodía para dar de comer a las palomas”.

Hay quienes me preguntan en privado sobre cómo superar este generalizado estado de angustia y preocupación. Es una situación generalizada. ¿Quién, salvo los responsables, no sueña y anhela un país diferente?

El caso de esta dama es una aterradora evidencia de la descomposición del ambiente en que vivimos, de esta carencia de piedad y sentimientos, de este predominio de la maldad y la crueldad.

Joan Vargas, a su vez, nos refiere la muerte de una bebita de tres años. Se presume una intoxicación por una “sustancia desconocida”.

Las autoridades han detenido a una mujer, actual pareja del padre, a quien había visitado previamente la niñita. La directora de la Maternidad de Los Mina informó que había sido necesario reanimarla dos veces por paros respiratorios. Al final falleció.

Un estudio de la Alianza por el Derecho a la Salud dijo, al referirse al tema de la salud primaria, que “ni la inversión pública ni el sistema hacen énfasis en la promoción y la prevención de la enfermedades”.

El Instituto de la Diabetes, a su vez, informó que dicho centro “recibe de 20 a 30 adultos y de 10 a 12 niños por día “como nuevos pacientes”, por lo que la suma “ronda los mil pacientes por mes”.

La resolución 0017-2019 del Ministerio de Medio ambiente incluye una lista roja con las especies que se encuentran en peligro de extinción o amenaza grave en la República Dominicana.

De estas, 69 “se encuentran en peligro crítico”, otras 96 están “en peligro” y existen otras 260 que se encuentran en una “alta condición de vulnerabilidad”. ¿En cuál de esas tres categorías nos encontramos los seres humanos? ¿Podríamos, incluso, ser los primeros de la lista?



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