“La magia de los Santos Reyes cambia de actor”

“La magia de los Santos Reyes cambia de actor”

“La magia de los Santos Reyes cambia de actor”

Juana Encarnación, vicedecana de la Universidad Autónoma.

A propósito de que se acerca el Día de Reyes, una tradición que con el tiempo ha ido perdiendo la esencia de su celebración, me permito hacer una reflexión.

En esta época la venta de juguetes es la prioridad tanto para los creyentes de la tradición como para los que no lo son. Sin embargo, al escribir estas líneas pienso que la magia del Día de Reyes se transmite de generación en generación y siempre ha sido condicionada.

Madre enseña coser muñeca.

Usted que lee estas líneas recordará su infancia, y espero que haya sido favorecido por la magia de escribir una carta a los Reyes Magos expresando su deseo.

Una condición frecuente, por ejemplo, si el padre fumaba, usted debía comprar una caja de cigarros porque había un rey que fumaba una marca específica, poner ese regalo, con su carta, junto a unas yerbas para los camellos que venían desde Oriente.

En caso de que se haya portado mal, el camello se comía las yerbas, el rey que fumaba se llevaba los cigarros y usted se quedaba esperando su regalo para el próximo año.

Ese día, despertaba temprano a buscar su sorpresa.
La magia del regalo
Dependiendo de su actitud, entonces construía sus propios juguetes, si era hembra su madre la enseñaba a coser su muñeca de trapos viejos y si era varón construía su carrito de madera, tapas, botellas, o cualquier material que pudiera reciclar.

La magia del regalo se disipaba y sólo le quedaba la culpa. En caso de que el padre quisiera agradar a su hijo o hija y satisfacer su deseo, buscaba los chelitos ahorrados en la alcancía hecha de barro, para comparar el único juguete que pedía, por lo menos uno de los tantos hijos e hijas y ahijados que también se sumaban al pedido.

Esa historia sólo se daba en los hogares muy pobres y estaba cargada de inocencia por los infantes.

Desigualdades sociales
Las bicicletas, las muñecas, los juegos de cocina, las herramientas del carpintero, las pelotas de aire, las máquinas de coser, las trompetas de plásticos, y otros, iban a los niños y niñas de casas cuyo poder económico era mejor. Entonces surgían los ¿por qué a ellos sí y a mí no?

Estas historias se repetían años tras años. Las desigualdades sociales se siguen repitiendo en nuestras comunidades, en donde muchos políticos y gobernantes han creado fama aprovechando la pobreza y se siguen sembrando esperanzas y sueños en los niños y las niñas a causa de su vulnerabilidad. Sólo los resilientes sobreviven a esa magia.

Otra cara de la magia

La otra cara de la magia presenta avances disímiles. Hoy los niños y las niñas siguen escribiendo sus cartas a los Reyes, es tan larga que los padres deben llevarlas a las tiendas para que les traduzcan sus deseos, las exigencias han cambiado.

El padre pasa una tarjeta de plásticos que aguanta los precios de los juguetes solicitados en distintos idiomas. Los niños y niñas son exigentes porque sus padres les han permitido serlos, porque el medio se lo impone o porque la publicidad los conduce al consumismo desmedido.

Sin embargo, los del otro lado siguen esperando que en esa larga lista aparezca una muñeca de plástico que no llora, ni hace gestos impublicables, un carrito al que le amarra una soguita para rodarlo y que lo lleve bien lejos, hasta que encuentre a otro niño de su edad que se lo quite y lo venda por un poco de sustancias recreativas…

Y sólo le queda llorar y esperar. Por lo visto, la magia sólo ha cambia de posición, los actores siguen siendo los mismos que esperan y los que no necesitan esperar.

(La autora es vicedecana
de la Facultad de Ciencias
de Educación de la UASD).

Una pura realidad

—1— Los vulnerables
Cada día observamos cómo cambia el sentido de la vida. Los más vulnerables, mantienen las esperanzas del mismo color, sin comprender por qué la magia de los Reyes sólo cambia de actor.
—2— La publicidad
Hoy día las exigencias y sueños de los infantes ha cambiado. El bombardeo de la publicidad alimenta sus peticiones.

*Por Juana Encarnación