Escribir desde mundos diferentes

Escribir desde mundos diferentes

Escribir desde mundos diferentes

Miguel Febles

Desde el principio ha de haber habido dos actitudes frente al Mundo —en pugna con las potencias interiores—, pero no siempre estas tuvieron un campo para la confrontación como el de la escritura, a donde fueron a dar dos mentalidades, una como relación de cosas para la generación de ideas, otra como utilización de lo mínimo para armar la palabra uniendo sonidos representados en trazos.

De la historia de la filosofía (tengo a manos la de Bertrand Russell) tomemos el concepto de átomo, atribuido a Demócrito, como aquella parte más pequeña a la cual podía ser reducida toda sustancia de manera tal que uniendo esas pequeñeces pudiéramos reconstituirla al punto de volverla cosa para los sentidos ordinarios.

Igual con el trazo alfabético, como base de toda palabra para nombrar, enlazar y hacer de la escritura una simulación del habla de suerte que al ver este escrito el lector se oiga hablar a sí mismo, desde su interior, o me oiga a mí si me ha escuchado alguna vez.

Del alfabeto oímos decir que es de origen sumerio, pero pudo haber tenido su cuna en la mesa, piedra o pared de donde salió la escritura jeroglífica, en la que se encontraron estos dos mundos interiores de orientaciones diferentes y, como consecuencia, de relaciones y actitudes distintas del yo con las cosas y con el mundo.

Los escribidores y los interpretadores ideográficos tenían que vérselas con cientos de significantes para contar y para descifrar, mientras los alfabéticos se bastaban con unos trazos para la representación de los sonidos vocálicos y un par de docenas, a lo sumo, para los consonánticos.

La escritura jeroglífica debía de ser ardua, difícil, e igual el entrenamiento para descifrarla. ¿Por qué se perdió si también existió en la matriz de la cultura occidental? Porque el cerebro que había ido a buscar la parte mínima de las cosas también había encontrado la más pequeña de la lengua y algún día aprendería a operar con el nombre de los objetos como si fueran los objetos mismos y esto lo conectó con la intimidad de la consciencia: lo virtual.

A menos que la haya impuesto el comercio fenicio, porque el mercado y los mercaderes —y esto es bueno tenerlo presente— no son una particularidad del capitalismo o de estos tiempos.

El proceso subyacente, el de la construcción, deconstrucción o acomodamiento del mundo interior, es uno cuando genera la escritura alfabética y otro cuando da origen a la escritura ideográfica.

A pesar de que la cultura que dio origen a una forma de escritura, la ideográfica, y la que dio origen a la alfabética hoy comparten un mundo al parecer unificado, son generadoras de mentalidades diferentes.

Para hablar de las cosas y de las no cosas es necesario articular una relación entre dos campos —el interior y el exterior— que no puede ser delegada.

A esta articulación inicial sigue una segunda, consistente en sacar de la mente y vocalizar, en un caso, o escribir, en otro. Si es con la boca, es sencillo; si es con la mano, no, porque escribir no es fácil, no importa quien diga lo contrario. O no hubieran sido escritos tantos manuales y tratados, como los hay, acerca del arte y el oficio de escribir y hacerlo bien.