Hilson ordenó que me fusilaran

El día en que Hilson ordenó que me fusilaran

El día en que Hilson ordenó que me fusilaran

-“Yo dormía sobre un colchón de armas y no sabía nada”, me reveló mi hermano 50 años después del hecho. “Espejito”, como se le conoce en Vicente donde fue un síndico emblemático, ofreció el relato durante una conversación que sostuvimos después del responso realizado a la memoria de su hijo Bernardo, conocido como El Mello, quien murió de una afección en el corazón.

El encuentro y ceremonia religiosa se realizó en el sector de Invivienda. Allí nos conglomeramos los familiares, amistades y vecinos. “No sabía que debajo de mi colchón donde dormía todas las noches se guardaba armas de diferentes calibres”, dijo Espejito –un ex soldado del ejército, ex agente policial y combatiente constitucionalista-ante la expectante atención de quienes los escuchamos.

 -“Me enteré un día que los muchachos fueron a buscar la cosa”. -“Hilson que le mande las herramientas”, dijeron. Pero yo no sabía a qué se referían”, comentó Espejito.

En eso, Tina, la esposa de Espejito, intervino rápidamente para aclarar a qué herramientas se referían los jóvenes. Explicó que Hilson, guerrillero urbano que operaba en la zona, había dejado unas armas en su casa para que se las guardara para evadir la persecución policial. Ella aceptó, pero no encontraba donde ponerlas y las colocó debajo del colchón de la cama.

Hilson y Tina eran amigos entrañables. Tan grande era  esa amistad que rayaba en el fino hilo de una fuerte relación entre camaradas. Y eso era extraño, en razón de que ella era una fiel militante del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y él un feroz cuadro de la izquierda revolucionaria. Hilson era tan radical en su convicción política que propugnó abierta y decididamente por el derrocamiento por las armas del régimen del presidente Joaquín Balaguer.

Espejito, pese a que conocía de esos contubernios, no pensó nunca que esa amistad llevara al punto en que su mujer optara por guardar armas debajo del colchón de su cama matrimonial. Decenas de preguntas pasaron fugaces por su cabeza. ¿Y si la policía nos allana? ¿Y si uno de mis hijos, todavía pequeños, encontraba esas armas ahí y se ponía a inventar? Pero gracias a Dios no pasó nada y Hilson decidió llevárselas a otro lugar.

Una noche, estando sentados en un banco del parque de Tamayo, mozalbetes que simpatizamos con los movimientos progresistas, nos deleitamos escuchando música de vellonera que era puesta por paga en el Bar Tamayo, entonces propiedad de Renatico Arias. Oíamos canciones que nos llegaban al alma interpretadas por clásicos de la música romántica de entonces, como fueron Chucho Avellanet, Gilberto Monroy y Marco Antonio Muñiz, entre otros inolvidables intérpretes.

Para contraste, detrás de nosotros, se escuchaban los cánticos de la misa de la Iglesia Católica, ubicada justo al lado del banco del parque donde estábamos Niño Palola, Ramoncito, Papo y otros, más que por vocación revolucionaria- alejados de los vicios, era porque no teníamos dinero para entrar a gastar en bebidas y llevar las noviecitas al bar de Renatico.

Eran tiempos difíciles

Habíamos hecho “un serrucho”, es decir, reunimos unos chelitos para comprar una botella de ron barato. A Ramoncito se le ocurrió destapar la botella y echar en el piso el llamado “trago de la virgen”. Casi furioso, Niño le quitó la botella y entre lamentos, como cosa de muchacho-diría yo- le espetaba:

-“No, no haga eso, como tú desperdicias un trago dizque para la virgen”. –“¿La virgen no ha puesto un chele para comprar este ron, tú estás loco?”. En un raro arranque Niño se inclinó para intentar recoger con la boca el trago que cayó en el piso. Eso fue un motivo de risas, cherchas y expresiones propias de mozalbetes de nuestras edades.

Cuando no bien nos habíamos bebido el primer trago, un “camión de volteos” de esos que se usan para cargar arena, se detuvo de golpe frente a nosotros. Del mismo se lanzó un grupo de hombres armados y vestidos con ropas de militares. Se trató de una operación rápida, tan rápida que no nos dio tiempo a ninguno a correr. Permanecimos tranquilos.

Uno de los hombres se abalanzó sobre mí y me encañonó, a la vez que expresó en tono enfático:

-“Este es el hombre, este es el hombre, agárrenlos”. Aunque nos invadió el miedo, el temor de ser apresados por una patrulla militar se apoderó de nosotros; la voz que insistía en que me agarren me resultó familiar. Giré la cabeza, disimulé la aprehensión y observé que quien me conminaba era Hilson, visualicé la cara de Hilson, ataviado de ropa militar y me tranquilicé un poco.

Con frecuencia, patrullas militares realizaron operativos en la zona en busca de grupos de izquierda. Casi siempre llegaban de noche a los parques, bares, cafeterías y otros lugares para amedrentar a la población, especialmente a jóvenes, a quienes a veces incluso los apresaban y golpeaban. Creímos que esta vez se trataba de una de esas patrullas, pero no fue así, “eran los muchachos” de Hilson, que armados, llegaron al lugar y quisieron darnos un susto.

Los comandos armados que Hilson operaba en estas comunidades del Sur Profundo buscaban promover la llegada de la revolución. El “comando” había asaltado un operativo en una fábrica clandestina de bebida casera que se conocía como “ron triculí”. Los irregulares que responden a una estrategia de izquierda, a través de la cual realizaron por su propia cuenta una guerra a los vicios que entendían afectan a la juventud. La producción de este tipo de ron era dañino para los jóvenes de esos poblados y había que erradicar, sostuvieron.

Parte de la producción de ron triculí fue incautada por el “comando de Hilson”.  Luego, prendieron fuego a los rústicos destiladores de alcohol artesanal que operaban en el lugar, ubicado entre platanales cercanos a la carretera que conduce a la comunidad de Uvilla. La situación causó explosiones que se escucharon en las cercanías. Al retirarse, el grupo nos dejó sendas botellas de triculí, lo que causó gran alegría a Niño que era el más inclinado a las bebidas, práctica que abandonó –tocado por el Señor, gracias a Dios-para dedicarse de todo corazón, según nos afirmó, a la vida evangélica, tras su bien merecido arrepentimiento.

El grupo de Hilson, como se le conocía, siguió realizando operaciones, “golpe de mano” y otras acciones en la zona. La situación llegó a producir contradicciones entre estos grupos, ya que unos disentían de estas acciones paramilitares. Nos tocó en una oportunidad coordinar acciones políticas con militantes del grupo de Hilson. Me desempeñaba mayormente como dirigente de la Unión Nacional de Estudiantes Revolucionarios (UNER). Se prepararon las protestas que incluía el movimiento estudiantil de Tamayo y Vicente Noble, pero en eso yo enfermé y no pude hacer esas coordinaciones y la actividad fue abortada.

Pidió que me fusilen

Cuando Hilson evaluó la causa del fracaso de aquella acción, concluyó que había sido por mi culpa. ¿La razón? No impulsé la movilización estudiantil que debió realizarse en Tamayo y que sería la chispa de otras actividades. En una reunión de su grupo, y sin muchas discusiones, éste decidió que debía ser fusilado para dar un ejemplo de disciplina revolucionaria. Tina, mi cuñada, esposa de Espejito, mi hermano, que estaba en la reunión, escuchó atónita aquella drástica decisión, pero no pudo hacer nada.

Desde que llegó a su casa, habló con su esposo y le dijo lo que ocurría. –“Ve a Tamayo y dile a tu hermano que se cuide que Hilson está hablando de que lo van a fusilar”.

Espejito reaccionó airado: -¿Qué van a qué, pero Hilson está loco? –“Si mata a mi hermano tiene que vérsela conmigo. Que él se cree, esa es mi sangre. Esto no es cuestión de revolución, es a mi hermano que él dice que va a fusilar”. -“Que se atreva, que se atreva”.

Espejito se enganchó un revólver ilegal que conservó de su paso por la policía y mantenía oculto. Salió para Tamayo y cuando llegó preguntó por mí, le dijeron que estaba en cama enfermo desde hacía varios días. Entró, me vio y me preguntó cómo me sentía. No estaba muy bien. Las fiebres no cedían ni con los tés y ni con las oraciones de mis padres. Pensaron trasladarme a Barahona para que me viera un médico.

Mi hermano habló poco con mis padres. Se retiró raudo sin decir nada y retornó a Vicente Noble. Allí se reunió con Hilson, explicó a éste lo delicado de mi salud. Allí le advirtió a éste que si intentaba tocarme se vería con él de “hombre a hombre”.

Hilson era un hombre joven, fornido, de tamaño mediano y con entrenamiento en prácticas guerrilleras. Entre los pobladores se corrió la leyenda de que él era un campesino casi iletrado que fue reclutado por un partido de izquierda que lo envió a Cuba, donde no solo se preparó ideológica e intelectualmente, sino también en acciones de comandos urbanos.

Cuando Espejito lo encaró, éste hizo mutis y ni reaccionó. Se retiró del lugar sin expresar ni media palabra. En tanto, mi hermano esperó expectante a que reaccionara y como ex militar estuvo listo para usar su revólver. Hilson, sin embargo, se apareció en mi casa, preguntó a mis padres por mi salud, entró a verme, conversó conmigo un rato y se marchó. Había hecho promesa de ayudar para que me lleven a un médico. No fue necesario, ya que los tés y las oraciones de mis progenitores habían hecho su labor sanadora.

No hace mucho que me enteré de esto. No sabía que se me había barajado para un fusilamiento. La cuñada Tina, haciendo recuentos de los viejos tiempos mientras yo la visitaba en casa de ella y de mi hermano, me contó todo sobre aquella decisión. Quedé atónito. En esa época cualquier cosa pudo suceder.

Hilson desapareció

Luego, Hilson tuvo que abandonar a Vicente Noble. Los organismos de inteligencia o “chivatos” desataron una tenaz persecución en su contra. Me contaron después que fue visto varias veces aquí en la capital, pero desapareció “hasta el sol de hoy”. Según me relataron, él fue capturado tras ser localizado en el Parque Enriquillo por desconocidos, mientras pernoctaba en el lugar.

La familia de Hilson siempre creyó que había retornado a Cuba, donde el partido en que militaba lo envió a prepararse, pero que esta vez lo había reclutado de nuevo, pero para enviarlo a combatir a la guerra de Angola. Todo ha quedado como en una nebulosa. Parece que en algún momento él llegó a plantearse la posibilidad de salir a pelear en el extranjero.

Hilson y yo hicimos después una gran amistad. A tal punto que llegó a regalarme algunos de sus mejores libros, incluyendo un voluminoso “Manual de Marxismo-Leninismo”, una obra maestra elaborada por científicos y académicos rusos, el cual llegué a conservar por muchos años. Se trató de un hombre soñador, decidido y aguerrido, un prototipo de guerrillero urbano que estuvo en el lugar equivocado, y que se esfumó –o que sus enemigos los desaparecieron- de la faz de la tierra. Solo dejó una hija.

*El autor es periodista.