El batacazo que dieron a la bella Lucía en la Lincoln

El batacazo que dieron a la bella Lucía en la Lincoln

El batacazo que dieron a la bella Lucía en la Lincoln

Ella no esperó nunca ese golpe fuerte que amorató y casi arruina su angelical y bien cuidado rostro. Aparte de su capacidad y buenos modales, su trabajo de ejecutiva de ventas del periódico requería estar siempre bella e irradiando un perfume que embriagaba no solo a los integrantes de la redacción, sino también a sus potenciales clientes.

Lucía Crespo, una joven esbelta, jovial y de una sonrisa de esas que atrapan al instante, llegó  como de costumbre esa tarde al periódico, con una vestimenta sobria, pero elegante, lo cual combinó perfectamente con su porte.

Al entrar, se produjo un silencio expectante entre los periodistas, correctores, articulistas, editores, mercadólogos y otros empleados que laboraban en una extensa y todavía sin dividir, sala de redacción del periódico La Noticia, que había sido creado en 1973 y recién se mudó desde la calle Julio Verne, de Gazcue, a un nuevo edificio en La Feria. Todos, casi a la vez, incluyendo al muy reservado mensajero interno Mario Olivo, giraron sus cabezas para mirar sorprendidos el rostro de Lucía, quien llegó a su oficina en compañía de un bello perrito lanudo, al cual protegía debajo de su axila con mucho cariño.

-¡Qué golpe!, se dijeron para sí los presentes. Pensaron en lo peor. Todo el lado izquierdo de la cara de Lucía exhibía un moratón, producto, obviamente, de un contundente estacazo de factura reciente. Lo extraño de todo era que aquella hermosa mujer salió en la mañana a su rutina matutina sin ese golpetazo en su cara. –“¿Habrá sido una reyerta con el esposo antes de salir para el periódico?”, comenzaron a surgir comentarios entre las mujeres de las áreas de espectáculos, modas y mercadeo. A esos cuchicheos se sumaron raudos periodistas de la redacción central, cultura, sociales y de deportes.

Lucía entró a su cubículo en el área de ventas de publicidad, chequeó su escritorio –bien acicalado y organizado-, como lo había dejado en horas de la mañana cuando salió a visitar a sus clientes.

Los periodistas y otros trabajadores de la prensa tienden a ser desorganizados. El tiempo, los afanes del trabajo, así como la propia idiosincrasia de la profesión da lugar a que muchos de éstos sean dejados y se inclinen a descuidar la parte organizativa, y acicalamiento o aseo de sus áreas de trabajo, especialmente sus escritorios donde acumulan-con aspectos brumosos-sus utensilios de trabajo (maquinillas-ahora computadoras) grabadoras, libros, lapiceros, libretas y otros.

La acumulación de revistas viejas, periódicos, libros apenas leídos, libretas de apuntes y otros utensilios se acumulan en los escritorios o en los cubículos que eran las áreas de trabajo de estos profesionales de la comunicación.

Los casos de comunicadores que daban muestra de ser organizados en sus áreas de trabajo, especialmente periodistas, se contaban con los dedos de las manos “y sobran dedos”, se decía comúnmente. En esa etapa del ejercicio profesional, tener el área de trabajo “bien arregladita” era motivo de especulaciones, en el caso de los varones. Parece algo que era una costumbre. Tendemos a acumular cosas en el escritorio que después se nos hace difícil eliminar. No sé por qué razón ni a qué se debe, -parece un fenómeno conductual- pero siempre creemos que esas cosas tienen o tendrán algún valor.

La situación ha cambiado bastante con la llegada de “la era digital” y que esta se apropiara total y definitivamente del ambiente de las redacciones y la comunicación. Pero como era de esperar, hemos trasladado esas malas prácticas a los equipos de computadoras, a los cuales les llenamos los discos duros de cosas que no sabemos si las vamos a necesitar. Total, ya todo está en google.

Glorias del periodismo

Hay historias y fábulas de todo tipo y tamaño sobre cúmulos de documentos en áreas de trabajo de periodistas, algunos incluso glorias del periodismo nacional. Es común escuchar en tertulias de colegas las jocosidades anecdóticas de una leyenda, del “Maestro del editorial”, don Rafael Herrera. En una de esas historias se relata que Herrera, icónico director del decano de la prensa dominicana, Listín Diario, llegó a acumular una gran cantidad de revistas, periódicos, recortes de prensa, distintas publicaciones e invitaciones, es decir, todo tipo de documentos que llegaron a su despacho y él no depuraba y elimina, mientras su eficiente asistente tenía instrucciones de ponerlos sobre el escritorio del laureado intelectual.

La acumulación de documentos llegó a un nivel tal que cuando don Herrera recibía visita, no lo hacía en el escritorio porque allí apenas se le podía ver la cara. Un día, según señalan esas narrativas, a su asistente se le ocurrió aprovechar que éste salió a almorzar para “limpiar el escritorio”. Cuando don Herrera regresó encontró su estudio limpio y organizado. Cuentan que a éste casi le da “un desmayo”. Se llevó las manos a la cabeza y reclamó a esta organizar de nuevo, como había estado, su área de trabajo.

-“Déjame eso como estaba, yo sé cómo manejar mi desorden organizado”, reclamó. Se decía entonces que el reputado periodista encontraba sin problemas lo que él deseaba en medio de ese cúmulo de documentos. La asistente no tuvo otro remedio que colocar de nuevo todos los recortes de periódicos, libros, revistas, invitaciones, etc. que estaban allí antes de la limpieza, en lo que se consideró era “el desorden organizado” de don Rafael Herrera.

Pero no fue el caso de Lucía. La joven mujer no solo hacía gala de su belleza femenina, pues además, mantenía impecable su llamativa área de labores. En tanto, era visible la desorganización  en la redacción debido a la reciente mudanza del periódico.

La Noticia en La Feria

El periódico La Noticia fue adquirido por el banquero y empresario Leonel Almonte, quien dispuso el traslado de este medio de comunicación entre los años 1988 y 1989, desde la calle Julio Verne, del emblemático sector de Gazcue, en las cercanías del Palacio Nacional, a un enorme edificio ubicado en terrenos del perímetro cercano a la antigua Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre que auspició durante su régimen el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina.

Había grandes planes –según se comentó entre los periodistas- con este y otros medios adquiridos por el sagaz hombre de negocios. En la nueva edificación se instaló un complejo de medios de comunicación, único en el país. Allí operó una planta televisora (en lo que era Rahintel), emisoras, revistas y el periódico La Noticia.

Debido a la mudanza, el área de prensa del periódico lucía organizada, la sala de redacción se convirtió en un enorme espacio donde los redactores estaban dispersos en sus respectivos  escritorios.

Ese proceso histórico y de afianzamiento del periódico, tuvo como director al reputado periodista y abogado, doctor Miguel Ángel Prestol, mientras que otro pilar del periodismo, Pablo Jerez (epd) era el jefe de Redacción. La Noticia tenía un bien ganado prestigio como periódico contestatario desde su fundación en la calle Julio Verne.

Llegó un experto

A cada momento surgían nuevas novedades. Se dispuso por ejemplo reforzar el área de sociales y para ello fue contratado un experto para diseñar una revista especializada sobre temas de sociales y modas. Se buscó afianzar la competencia con los demás medios de la época.

Las periodistas de sociales lucían entusiasmadas. Tenían una gran expectativa con esta iniciativa. La contratación del especialista, del cual se informó que había estudiado en París, Francia, y que era “un duro” en la materia, vendría a fortalecer su área de competencia. Las “muchachas de sociales”, todas muy inteligentes y activas, fueron más bellas que nunca el día de la reunión con el nuevo jefe. Cuando el diseñador, un hombre de más de seis pies y porte de basquetbolista, pero más refinado, llegó a la reunión saludó con gestos muy varoniles. La recepcionista le explicó dónde se realizaría el encuentro.  Las “muchachas de sociales” estaban alborozadas con “el macho de hombre” que le tocaría trabajar. Algunas, según supe después, se lamían los labios cuando éste, con un aire muy profesional, explicó sobre el diseño y contenido de la nueva revista.

Pero pasó algo inesperado y que alteró el rumbo de la reunión, pero sin mayores consecuencias. La conversación inicial casi se desploma y cae de bruce toda la expectación,  entusiasmo de las periodistas. Ahí comenzó a primar el desgano.

–“Anda pa´l carajo, nos trajeron un bendito homosexual para hacer la revista”, deploró una de las colegasEn esos tiempos todavía existían muchos prejuicios al respecto.

 –“Yo que vi entrar a un hombre por ahí y ahora mira…”, vociferó en la redacción, aparentemente decepcionada la periodista, tras abandonar por la mitad la reuniónEl nuevo editor comenzó a explicar con voz gutural, profunda, todo lo relativo al formato de la revista, pero esta se le fue quebrando a medida que avanzó el encuentro. A veces incluso la mezclaba con gestos de manos abiertamente femeninos. Todo quedó claramente establecido, el nuevo jefe no era lo que parecía, pero si era lo que era.

–“Yo que creí que nos habían enviado a un hombre”, insistía la periodista visiblemente decepcionada. Al parecer se había hecho una ilusión con aquel hombre alto, espigado y de finos modales que había contratado el periódico.

Con el paso de los días las cosas comenzaron a allanarse. Las comprensiones hicieron actos de presencia y el experto tuvo la oportunidad de integrarse de lleno a su trabajo. Se ganó el cariño de las féminas y esa área produjo una de las mejores revistas destinadas a la alta sociedad que se editó entonces en el país.

La periodista que había salido “con el truño” de aquella primera reunión, resultó después ser después una de las más fervientes aliadas.

¡Increíble!

Pero ahora la expectación giró en torno a Lucía. Su llegada a la redacción con un lado de la cara visiblemente golpeado y amoratado llamó poderosamente la atención. Alejandro, como un buen caballero, se acercó a ella para indagar discretamente todo en torno a lo sucedido.

Tranquilamente, Lucía narró los hechos y despejó así toda duda sobre su persona y el batacazo  en la cara. Narró que mientras se desplazaba en su carro por la avenida 27 de Febrero de regreso de su hora de almuerzo, se detuvo en el semáforo de la avenida Abraham Lincoln. A la espera del cambio del semáforo, se le acercó un vendedor de perros para ofrecerle un pequeño, lanudo y bello cachorro. Era un hermoso y vivaracho ejemplar, pero a Lucía no le gustaban los perros y rechazó la oferta.

El vendedor insistió: -“Cógelo en mil pesos, es más, llévatelo por 800 pesos”.

-“Gracias, pero no me gustan los perros”. –“En mi casa solo hay un perro y es mi esposo, ya no quiero más”, contestó entre risas, Lucía.

El vendedor recalcó: -“Es más, cómpralo por 500 pesos, dame 200; mira, es que no he hecho ni una sola maldita venta hoy…”. -¡Cómpramelo, ooombe…!

En eso el semáforo cambió a verde y Lucía puso en marcha su vehículo. Dijo por última vez al vendedor que no deseaba comprar el perro y éste, mientras corría paralelo al vehículo y ya debajo del semáforo, soltó un inesperado gesto de violencia:

-“Pues ¡cooño! llévate el maldito perro ese…”. Explosionó lleno de enfado el vendedor y lanzó con fuerza el cachorro contra el rostro de Lucía.

 

*El autor es periodista.



Noticias Relacionadas