El destino dominicano

El destino dominicano

El destino dominicano

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. En estos días he releído varios libros a los que debo mucho como ser humano. Me refiero al “Destino dominicano”, de John Bartlow Martin, y “Trujillo: la trágica aventura del poder personal”, de Robert Crassweller.

He retornado a los cuentos, novelas, estudios y tratados históricos del profesor Juan Bosch, y los imprescindibles libros de Juan Isidro Jiménez Grullón.

He vuelto a disfrutar la lectura de “La viña de Naboth”, «Idea del valor de la isla Hispaniola” y «Cartas a Evelina” de Summer Wells, Valverde y Moscoso Puello.

He asumido estas lecturas y las he vinculado con la meditativa relectura de uno de los míos que, por cierto, es el que más dificultades me ha provocado y que me situó en la imperativa necesidad de escribir y reescribir varias veces. Me refiero a la novela “Bruma de gente inhóspita”.

Este texto, de unas 450 páginas, se transformó en un pavoroso desafío personal -además de un terrible dolor de cabeza- por las complejidades del tema –la actividad política en República Dominicana- y, posteriormente, por el destino e historia de esa novela.

De hecho, es una versión literaria –aunque fundamentada en la realidad y una suma de hechos de todos conocidos- acerca de cómo la degradación del Estado, una corrupción sistemática y un abandono de toda práctica ética y visión de futuro han provocado daños en extremo graves al proceso de rescate, la consolidación institucional y el progreso verdadero de la patria de Duarte.

Precisamente, existe en nuestro país una corriente de pensamiento, calificada como pesimista o derrotista, que se fundamenta en la idea de que las graves fallas en nuestro carácter, en nuestro desarrollo institucional y las terribles desviaciones en la conducción de los asuntos públicos han terminado por transformarse en un obstáculo gigantesco e inamovible que nos ha impedido alcanzar metas de desarrollo y de progreso encomiables y lograr la liberación de nuestro país y nuestro pueblo de las graves taras que aquejan nuestras instituciones y del subdesarrollo.

El tiempo transcurrido, los logros y los evidentes retrasos en los avances hacia las metas inspiradas en el pensamiento de los Padres Fundadores de la nacionalidad dominicana nos dicen que en algunas áreas hemos alcanzado verdaderos avances, prueba de lo cual es la existencia de un Ministerio Público insobornable y la actitud irreductible y drástica del presidente Abinader ante cualquier denuncia sobre prácticas deshonestas.

Sólo que los artífices del retroceso institucional, la corrupción, el tráfico de influencias y las peores prácticas en el ejercicio público, siempre están al acecho.

Existen en nuestra organización social sectores muy definidos cuya meta, orientación y razón de ser es el usufructo de los bienes públicos, incrementar sus riquezas de manera inimaginable, dejar de lado todo cuanto se considere labor de rescate social y económico del pueblo a fin de acumular riquezas sin que cuenten ni importen los pobres, los olvidados, los marginados, los infelices, la Patria misma.

En ese orden, el gobierno del presidente Rafael Abinader ha logrado significativos e innegables avances. De ninguna manera quiero decir que el problema de la corrupción, el tráfico de influencias, los negocios turbios a costa del Estado, el enriquecimiento ilícito, han desaparecido en su totalidad. Esta lucha, todos lo sabemos, es permanente, compleja, y carece de límites y de tiempo. La herencia recibida ha sido funesta.

A mi juicio la consigna a seguir es impedir el retroceso, o el retorno hacia las más deleznables prácticas del pasado mediato. Quienes persiguen revertir cuanto se ha logrado tienen nombres propios y conocidos. No obstante, es en todos nosotros, en el pueblo dominicano, en quienes reposa, en último término, nuestro destino.

Es en el pueblo que se asienta la fuerza y la decisión de impedir el retroceso que tiene rostros conocidos y organizaciones claramente definidas hacia esos oscuros y ominosos propósitos.

Demasiados sufrimientos han provocado el saqueo, los robos, la depredación, el crimen, el tráfico de sustancias prohibidas para que sectores claramente definidos quieran presentarse, nueva vez, como propuestas válidas para dirigir nuestros destinos.

Precisamente, escribí esa novela, “Bruma de gente inhóspita”, como una voz de alerta.
No me resultó una sorpresa que, a raíz de que se colocara en los estantes de las librerías, el libro “se vendiera” de una manera un tanto misteriosa.

Lo confieso, me dejó preocupado que, a la vuelta de unos cuantos días, todos los ejemplares habían sido vendidos y que los responsables de su distribución recibieran urgentes demandas para que les suministraran nuevos ejemplares.