Diálogo con Manuel Quiroz: la lectura

Diálogo con Manuel Quiroz: la lectura

Diálogo con Manuel Quiroz: la lectura

José Mármol

El veterano periodista y dilecto amigo Manuel Quiroz tuvo la gentileza de entrevistarme para su sección en la revista “Contacto, Business, Technology and Education”, que dirige el buen amigo Dusan Piña.

Tratamos varios tópicos, destacando, no obstante, la encrucijada que para el libro como objeto, la lectura como recurso educativo y la cultura en general representan la revolución tecnológica y el medio digital. Resumiré, para los lectores de Carpe diem, parte del contenido del diálogo.

En base a un argumento central del autor estadounidense Nicholas G. Carr, versado en la relación entre cultura y tecnología, el experimentado periodista dominicano, temiendo al imperio de la superficialidad, me preguntaba acerca de cómo visualizo el impacto de la afición de los jóvenes a los dispositivos tecnológicos en la lectura de libros.

Considero, le dije, que las novísimas tecnologías y el medio digital constituyen un logro importante en el proceso histórico y evolutivo de la humanidad y la civilización; pero, al mismo tiempo, y dependiendo de su uso y su fin ulterior alejado de principios éticos, también constituyen un peligro.

La hiperconexión y la hiperinformación que la sociedad en red y el cibermundo posibilitan, además de facilidades podrían generar problemas, a saber, las ciberadicciones.

La infoxicación o intoxicación por exceso de información, o bien, la alienación en el dispositivo digital por un exceso de uso indiscriminado, podrían dar lugar a lo que Michuel Desmurget (2020) llama la fábrica de cretinos digitales, en función del peligro de la cultura de pantallas para las nuevas generaciones.

Son múltiples, insistí, los llamados que en esta dirección ha venido haciendo el filósofo informático Jaron Lanier en sus distintos ensayos, entrevistas y artículos.

Por último, vale la pena detenerse en otro fenómeno propio del proceso acelerado de automatización y digitalización de la sociedad y la cultura, y es el problema del incremento de la desigualdad, que en ocasiones llamamos brecha digital. Conviene, pues, alinear a propósitos humanitarios y de auténtico servicio al progreso sostenible de la sociedad todo lo que las nuevas tecnologías y la digitalización pueden ofrecernos.

¿Qué pueden hacer los escritores, las entidades culturales y el Estado para promover los hábitos de lectura?, me cuestionó. Cuando hablamos de logros del pasado en la educación, contesté, suelo recordar aquella expresión del insigne humanista Pedro Henríquez Ureña: “volver a comenzar”.

El hecho incontrovertible de que 6 de cada 10 niños dominicanos en tercer grado de primaria no comprendan lo que leen significa una derrota para nuestros esfuerzos en educar mejor, en procurar calidad en la educación. Peor aun son las estadísticas en matemáticas y ciencias naturales.

Pero, en lo que concierne a la lectura, una fuente primaria para el cultivo de la lengua materna y por tanto, para el autoconocimiento y la conciencia identitaria de los individuos, considero que lo que debemos hacer, primero, es que los maestros lean, piensen y escriban bien.

No se puede enseñar aquello que no se sabe, le subrayé a mi connotado entrevistador. Si retomáramos aquellas lecciones y modos de lecturas expresiva y comprensiva así como los dictados en la escritura, porque se trata de procesos parejos o lectoescritura, probablemente alcancemos mejores resultados en las pruebas, como también, ciudadanos mejor formados y educados.

El método es simple: solo hay que volver a lo mejor del pasado y aplicarlo a los nuevos tiempos. Habría que leer a Cervantes, como bien me ha sugerido Quiroz, pero como exigían en sus lecciones de enseñanza de la gramática de la lengua española Alonso y Henríquez Ureña, también es importante leer y estudiar a los autores nacionales.
Abundaremos sobre otros aspectos de este diálogo en una próxima entrega.



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