Afilando cuchillo

Afilando cuchillo

Afilando cuchillo

Nassef Perdomo Cordero, abogado.

Como toda visión moralista del mundo, el honestismo se fundamenta en el sentido de la culpa. Por eso, la búsqueda de crear ese sentimiento en los otros es su más socorrida herramienta para avanzar sus propósitos.

No me refiero a las apelaciones al sentido de la moral que son comunes en democracia (como las que hacen los dos lados del debate sobre el aborto), sino la idea de que quien no comparte sus propósitos y métodos es, en esencia, una mala persona. O, por lo menos, una persona sin brújula moral o ética.

Esto lo podemos ver, por ejemplo, en la forma en que algunos han pretendido que reclamar el respeto al debido proceso es una actividad peligrosa, diluyente del Estado de derecho. Hasta el análisis superficial dejaría claro que eso es un sinsentido, pero la frecuencia de este argumento hace necesario recordar que la razón por la que todos y cada uno de los derechos procesales existen es para evitar la repetición de abusos por parte del Estado.

Y, sí, leyó bien: la repetición de abusos. Los derechos no existen porque un grupo de sabios se reunió para imaginar un mundo bucólico en el cual ciertas normas de comportamiento son consagradas como derechos en respuesta a inclinaciones estéticas burguesas.

No es así, los derechos son los hijos de la experiencia. Cada uno responde a la necesidad de abolir prácticas que hicieron mucho daño, y que amenazan permanentemente con su repetición.

No sólo eso, están consagrados en la Constitución y las leyes. De ahí que el permanente ataque a las garantías procesales es un galimatías irresoluble: violemos la ley en nombre de la ley. ¿Cómo se explica y defiende esta postura? Es evidente que resulta imposible desde la razón, y por eso se acude a la emoción, la culpa. Esto tiene el inevitable resultado de que nos digan que si no renunciamos a nuestros derechos, o, peor, si no exigimos que se violen los derechos ajenos, no merecemos el reconocimiento como ciudadanos de bien.

En pocas palabras, nos piden que renunciemos a las protecciones de la ciudadanía para demostrar que somos buenos ciudadanos.

No hay que recordar que este es el argumento común de todos los autoritarismos, como aquellos que decían que no había peligro en seguirlos. Pero es bueno recordar que quien hace eso nos está pidiendo que afilemos cuchillo para nuestra propia garganta.