Atocha

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Nassef Perdomo Cordero, abogado.

Mientras escribo estas líneas se conmemora el vigésimo aniversario del atentado de Atocha, en Madrid. Lo recuerdo todos los años porque fui testigo accidental de esos días.

La mañana del jueves 11 de marzo de 2004, tres días antes de las elecciones generales españolas, decidí ir caminando desde mi casa, en Embajadores, a la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense.

En el camino vi varias ambulancias y patrullas policiales que, sirenas ululantes, bajaban a toda velocidad por la calle de la Princesa. No pensé nada al respecto.

Ya en la facultad, oí hablar de un accidente en la estación de Atocha, cercana a mi apartamento. Cuando regresé a casa, varias horas más tarde, encontré varios correos de mi madre preguntándome si estaba bien, porque creía que la estación de Atocha estaba en mi ruta.

Como no me había podido contactar, su preocupación era mayor en cada correo.

Sólo entonces asimilé la magnitud de lo ocurrido, del horror. La sociedad que me acogía había sido víctima de un ataque cobarde y criminal contra personas inocentes. Pasé el resto del día pegado a las noticias y esa noche visité la calle que bordeaba la estación, en el mismo peregrinaje que cientos de otros.

Desde ese momento quedé atrapado en la vorágine de cuatro días que sacudieron España. Al día siguiente participé, junto a una multitud apretujada en su solidaridad, en la manifestación que bajo la lluvia persistente de invierno caminó entre Colón y la estación de Atocha.

Ese sábado se diluyó la tesis oficial de que ETA era la responsable del atentado, y era claro ya que había sido un ataque islamista.

Miles de españoles se sintieron manipulados y convocaron a una manifestación de protesta ante la sede del partido de gobierno. La curiosidad me llevó a pasar por allí, y pude verlos.

El domingo, los españoles castigaron al Gobierno en las urnas y eligieron mayoritariamente a José Luis Rodríguez Zapatero. Impresionado por los hechos de esos días, acudí con un compañero de doctorado a presenciar la catarsis de miles de madrileños frente a la sede del PSOE.

Esos días me enseñaron la dignidad y resiliencia del pueblo español, que ha sabido vencer al terrorismo interno y externo, sin permitir que le arrebaten su derecho a vivir en paz. Entendí que la fuerza no está en la capacidad de ejercer violencia, sino en la de resistirla.