Gracias y adiós, don Rafael Molina Morillo

Gracias y adiós, don Rafael Molina Morillo

Gracias y adiós, don Rafael Molina Morillo

Inicié mis artículos de colaboración para EL DÍA, a instancia de su director-fundador, don Rafael Molina Morillo, cuando compartimos como jurados de los Premios de Funglode.

Casi siempre coincidíamos: él en periodismo, yo en poesía o ensayo. Acaso fui de los primeros en enterarme que este diario tendría una página de opinión. En principio tuve mis dudas. Pensé que era un gran reto.

No sé por qué pensó don Rafael en que yo podría colaborar. Fue cuando supuse que conocía quien yo era.

Esta solicitud me hizo comprobar su humildad. Es decir, en vez de hacer yo el ruego, vino de él, y también su insistencia.

Dejé pasar los meses, y otro día coincidimos y le dije que le enviaría mi primer artículo. Me dijo: “Sí, por favor”, en un tono de ruego. No cumplí la promesa.

Y los días seguían transcurriendo, y veía salir la página con opiniones muy interesantes. No fue sino cuando puso a circular un libro que le editó el Banco de Reservas cuando lo intercepté a la salida del acto y le garanticé que, finalmente, me había convencido y que le enviaría mi primera colaboración.

Volvió a decirme, con su educada generosidad: “Sí, por favor”.

Desde ese instante me convencí de su humildad y sencillez. Me dejó perplejo el hecho de que, este hombre, de su trayectoria profesional, mostrara interés en que yo le enviara mis artículos.

De modo que, gracias a su generosidad, pude iniciarme en la colaboración de artículos de opinión, no ya de matiz literario, sino de filosofía política.

Además, esta experiencia ha sido para mí una escuela de concisión y una prueba de estilo, es decir, una experiencia de argumentación. Y de ahí mi eterna gratitud a don Rafael.

Con su conducta me dio y- nos dio- lección de ética, vocación periodística y honestidad intelectual. Con su práctica nos deja un legado y una memoria, una forma de hacer periodismo ético, ya en vías de extinción.

Con su pluma desaparece una generación y una época.

Además, una vocación, una experiencia de vida diplomática y periodística. De igual modo, un temperamento parsimonioso y un carácter sereno.

Parecía un místico en estado puro.

Iniciamos una relación amistosa cuando me visitó a mi oficina en el Ministerio de Cultura para la reedición de su obra sobre Pedro Santana, que escribió en sus años juveniles, cuando era secretario de la embajada dominicana en México.

Desde entonces, a pesar del abismo generacional que nos separaba, nos unía un hilo intelectual de amor a las palabras y a la cultura.

La última vez que nos vimos fue la noche que presenciamos el documental sobre Pedro Peix, donde compartimos testimonios. Fue un adiós premonitorio. Gracias, don Rafael Molina Morillo.



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