¿Vamos a aceptarlo?

¿Vamos a aceptarlo?

¿Vamos a aceptarlo?

Roberto Marcallé Abreu

Me pregunto qué es en verdad lo que esta mujer pretende. Pienso, incluso, que Yeulis –no es su verdadero nombre- me observa con ojos expectantes, aunque su sonrisa de siempre dice más que su mirada.

La siento muy segura de sí. Más que en aquellos años adolescentes cuando nos conocimos.

Nosotros, los de ayer, ya no somos los mismos, me repito. Este ambiente es abrumador. No sé en cual piso de esta torre nos encontramos, pero tras los cristales panorámicos se observa una ciudad desbordada de luces, el cielo, el mar. Atardece.

En el estar, un lugar de una belleza extraordinaria, cada detalle ocupa el lugar perfecto: alfombras, cortinas, óleos, sofás. Yeulis me presenta aquellas personas –gente del mundo del dinero y de la política. Ellos sonríen y procuran parecer amables. Beben de sus copas y el aroma del licor se apropia de los espacios.

¿Qué soy para ellos? ¿Un objeto de laboratorio? Ella ha convocado este encuentro tras confesarme, varias veces, que cuanto escribo ha atraído la curiosidad de estas personas. Acaso mi forma de ver la vida le resulta divertida.

Con frecuencia, Yeulis me llama para manifestarme “lo equivocado que estoy”. Dice que me lee “pese a que me encuentro muy lejos de la realidad”.

Ahora, frente a sus personales amigos –su esposo se encuentra entre ellos- su voz me luce menos condescendiente.

-¿Crees sinceramente que este país va a cambiar o que el partido de gobierno va a ser derrotado?

Ella y sus invitados sonríen mientras disfrutan del champán y el escocés de 25 años y una gran mesa colmada de exquisiteces servidas por amabilísimos asistentes.

-Esta gente -prosigue- conoce el poder del dinero. El dinero, que es quien orienta todo y dirige todo. Siempre logra sus propósitos.

Entre nosotros, nadie, nunca, había poseído tanto dinero y tanto poder y la posibilidad de usar uno y otro. Estos recientes millonarios y el millonario poder tradicional están unidos de forma íntima. Poseen intereses comunes. No hay disidencias esenciales.

Aunque me siento abrumado me abstengo de tomar un trago o un bocadillo. Siento que todos me miran, que observan mis gestos, que estudian mis reacciones. Me ofrecen ejemplos, citan temas y mencionan nombres que no debo incluir en este contexto. Solo escucho.

-Ese dinero se está usando y se seguirá usando. Por toneladas. Lo que haya que hacer, se hará. Pongamos de ejemplo la instalación de cámaras para reconocimiento físico por cientos de miles. Se trata, solo, de una pequeña muestra de lo que se denomina “control ciudadano”.

Similar al control del “liderazgo”, de todo el liderazgo, que es mucho más sofisticado. Nadie imagina la diversidad de dispositivos, todos ellos activos. Sus alcances son inimaginables.

Se toma un respiro y afirma con una sonrisa que “se burlan de las tonterías del candidato oficialista y no se percatan de que es la persona perfecta para que haga el trabajo que se le ha encomendado. Protestan por la presencia haitiana pretendiendo ignorar que ese es uno de los postulados fundamentales del acuerdo entre los poderes locales y los poderes universales…

Cansancio, desconcierto, asombro. Es como me siento. Debo irme, me levanto.
-Deseaba aclararte estas ideas frente a estas personas que te leen, aunque lo hacen con una sonrisa inteligente. Porque nada va a cambiar.

Estos comicios son, solo, un ejercicio. Quienes en público supuestamente adversan esta realidad de cosas, en realidad son ingenuos o parte de la trama. El único prisionero aquí es el pueblo dominicano. Un pobre pueblo al que, sencillamente, no se le va a dejar en libertad…



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