Bryan, un niño de 10 años que vive en Cienfuegos, Santiago, y quien deberá repetir el quinto grado, no solo es huérfano de padres vivos por parte de sus progenitores, sino también por sus maestros, quienes tienen demasiados muchachos que atender en cada tanda escolar, adicional a sus propias complicaciones personales.

Aunque  hay que señalar que su profesora mandó a buscar a su madre en múltiples ocasiones, convocatorias que fueron desoídas.

Al final, cuando el boletín dijo “repetir el curso”, entonces ella pensó en prestarle atención: dándole una golpiza y el padre solo dijo que el niño podía repetir porque estaba adelantado.

Las abuelas y los tíos son los que más se preocupan por el chico, pero ellos también están envueltos en sus propias dinámicas y los recursos no alcanzan para tantos, pero lo que es peor, ante cualquier llamado a la atención a sus verdaderos responsables estos se hacen los ofendidos y reniegan las ayudas que reciben. 

Algo así como:  “quieren ayudar para luego creerse con derechos de estarse metiendo donde no los han llamado”.

La salud y el bienestar de los menores es un derecho y todos debemos poder meternos cuando se trata de preservarlos. 

La alimentación, la salud, la educación y la diversión son derechos tan prioritarios para los niños como la vida misma.  Si bien este pequeño es huérfano de padres vivos, me pregunto si también no lo será del sistema de desesperanza que impera en  la República Dominicana.