El miedo a la muerte

El miedo a la muerte

El miedo a la muerte

David Álvarez Martín

Una de las patologías más graves en el género humano es un ego aterrorizado con la muerte. El impacto sobre la familia, el círculo de los amigos, la comunidad y la sociedad en su sentido más amplio se expresa en impulsos al miedo, rechazo e incluso el genocidio. El origen, al igual que la mayor parte de las enfermedades psíquicas, proviene de graves inseguridades en las etapas formativas, sin procesos terapéuticos sanadores al comenzar la adultez temprana. Aunque no todo el mundo responde igual a traumas semejantes, los casos más conocidos de fanatismo, fundamentalismo, rigorismo moral, y megalomanía hunden sus raíces en profundas inseguridades durante su niñez y adolescencias, que le generan una compulsiva obsesión con la posibilidad de la muerte: sea la muerte física, la cultural, el quiebre del ordenamiento social, las transformaciones de las identidades nacionales o los sometimientos a autoridades, deidades o estructuras. Lo opuesto es la sana seguridad personal que exhibe una amplia tolerancia al diálogo y la convivencia con ideas y prácticas diferentes, siempre respetando la dignidad de todo ser humano.

La pulsión del terror a la muerte, como experiencia individual, ha generado corrientes religiosas, políticas e ideológicas cuyos líderes y promotores sembraron de sangre y sufrimiento a pueblos enteros, a veces por generaciones. Sobrevivir a la desaparición material mediante “obras” que le recuerden o hacer méritos para ganar una existencia allende la parca, ambas como expresión de la obsesión por desaparecer en cuanto individuo, mueve a muchos a someter a los otros a prácticas y existencias humillantes, a construir estructuras sociales que se agotan en los miserables egos que los forjaron.

De fondo estamos frente a una forma de poder, ya que el deseo de control sobre los otros siempre es una modalidad de opresión. Y la pulsión por el poder nace en el ego, que cuando es generado por el miedo a desaparecer como individuo, siempre es opresor. Oprimiendo a grupos determinados o la sociedad en general. Objetivos de estas acciones son mujeres, o niños, o pobres, o negros, o pecadores, o extranjeros, o cualquier grupo que a los ojos del enfermo deban sufrir para ser purificados porque ese sufrimiento de ellos de alguna manera le permitirá al opresor a trascender su muerte física. Incluso la codicia es una expresión de este miedo a desaparecer, acumulando bienes en base a la explotación de sus congéneres. Tánatos es terrible cuando se convierte en el eje de la vida de muchos.

Escenarios como la actual pandemia, donde la muerte es el objeto de interés, ha desatado todas las expresiones de poder y control. El autoritarismo estatal el desconocimiento de derechos, el robo de recursos públicos, la desvinculación sobre el destino de empleados, la promoción de la magia en términos religiosos, la culpabilización de los pobres, entre otras acciones, son inspiradas en los egos dominantes movidos por el deseo de sobrevivir a la muerte individual. La democracia y el diálogo son percibidos como debilidades de carácter en estos liderazgos autoritarios, la mayoría es entendida como un ente pasivo que debe regirse por los criterios de unos pocos en cuanto su sobrevivencia material, sus libertades y creencias. Nunca como antes hemos asistido a mayores demostraciones de abusos sobre las personas más pobres y de intento de controlar la mente y los sentimientos de la gente más sencilla. El miedo a la muerte es terrible, más que el Covid-19. Que el Dios de la vida nos libre de tantos cultores de la muerte. inimaginable

 



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