Días oscuros y desconcertantes…

Días oscuros y desconcertantes…

Días oscuros y desconcertantes…

Roberto Marcallé Abreu

Pienso, o hago el esfuerzo. Observo la diversidad del azul del mar, del cielo. Olas apremiantes se estrellan contra las rocas de la playa. Detrás, numerosos vehículos maltratan el asfalto de la avenida creando un rumor ingrato. Hay noticias de un amenazante fenómeno atmosférico.

Procuro adaptarme a uno de los duros y rígidos bancos de cemento de un malecón recién remodelado: millones de pesos. Tiempo atrás, los montos no eran tan escandalosos, se edificaban obras asombrosas con recursos propios, nada de préstamos e intereses aterradores. Tarea pendiente: averiguar el dinero gastado alguna vez en remodelar ciudades, construir presas, carreteras, avenidas, proyectos de vivienda y desde ya sé que el disgusto me robará el sueño. Aquellos eran centavos. Lo de ahora… usted, póngale el nombre.

La vida, entonces, era más tolerable. El dinero en verdad valía. Mayor era la compensación, existía en los hechos esa palabra que ya debemos eliminar de nuestros presupuestos: seguridad ciudadana.

Era posible visitar una playa, un río, un restaurante, comprar alguna ropa, libros, útiles escolares, pagar el alquiler, un préstamo, el colegio, comprar comestibles.

Sí, éramos más alegres y afables, conversadores, festivos, naturales. Más ingeniosos e inocentes, nos expresábamos con mayor sentido, leíamos más, sufríamos y teníamos carencias, sí, pero nada equiparable con este presente tan esquivo, dubitativo, incierto, imposible, absurdo.

La amistad era verdadera. Aun con sus eternas complejidades, uno sabía que el amor era, en verdad, amor.

Continúo mirando el mar intranquilo y misterioso y recuerdo que una excursión al interior del país era en verdad fiesta y descubrimiento.

La cerrada arboleda verde oscuro del camino, el cielo azul y blanco, la pureza del aire, la afabilidad de la gente, realidades sin precio.

Ahora, mirar hacia atrás es reencontrarse con una fantasmagoría, ya no somos como lo que alguna vez fuimos, ahora somos hoscos, desconfiados, temerosos, carecemos de educación, de empatía, no leemos, vivimos del artificio y la superficialidad, de fingir, de la mentira, de la simulación.

La contaminación mental y material lo envenena todo, no hay espacio para lo auténtico, ya la gente decente no vive sino que subsiste, el dinero nunca le alcanza, aquellos que eran alegres y saludables se nos descubren ahora aquejados por enfermedades mortales o paralizantes, nosotros los de ayer, como expresa la canción, ya no somos los mismos…

Para esas personas, nunca hubo mayor cantidad de privaciones como en la actualidad. Nunca hubo más infelicidad e incertidumbre. Nunca, ni aun durante las dominaciones haitianas, estuvo el país más invadido, subyugado, ocupado y dependiente, nunca estuvo tan endeudado y postrado.

Desde las sombras hay quienes procuran ocupar tu mente con toneladas de basura digital, creaciones mentirosas, propaganda de la peor naturaleza, mientras se burlan con gestos y palabras a tus espaldas.

Qué espantoso contraste: dispendio, y riquezas indecentes de una parte y de la otra pobreza, amargura, infelicidad, apetitos y desesperanza! Gente valiosa deambula sin rumbo ni alternativas, su gentileza, solidaridad y amabilidad hechas pedazos , suplantada por las risotadas grotescas de los asaltantes del patrimonio colectivo, … aquellos que han destruido una forma de vida, costumbres y valores, el país que una vez era un jardín arbolado, verde, multicolor, de limpio aire y ríos transparentes…

Atardece, hora de irse, de encerrarse, casi de esconderse a padecer este calor espantoso. Quizás llegue uno con vida a las cuatro paredes, la prisión del apartamento y ya allí recuerde darle a Dios las gracias por haberlo logrado…



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