La esperanza de hoy

La esperanza de hoy

La esperanza de hoy

Roberto Marcallé Abreu

El Presidente de la República hablará al país. Las palabras de un ejecutivo que ha hecho de la circunspección elemento esencial de su estilo crea muchas expectativas.

El mandatario va a dirigirse a una ciudadanía agitada, cuyos ánimos rozan los extremos. Muchas son las querellas. Odebretch es, solo, la punta del iceberg.

Igual que los efluvios descompuestos de prácticas truculentas en Corde, el Cea e innúmeras dependencias oficiales. Escándalo y sangre fueron el aderezo para hacer pública una realidad tan pavorosa como dilatada.

Salvo contadas excepciones, este país nunca ha sido debidamente administrado. La depredación ha sido la norma. La apropiación de los recursos de todos. Un coto de caza para ambiciones espurias.

Resulta lamentable que la labor de uno de nuestros más excelsos escritores y políticos, el profesor Juan Bosch, equiparable por su honestidad y amor al pueblo con Juan Pablo Duarte, haya servido de alfombra roja para consolidar con creces prácticas históricas deleznables.

Es absurdo creer que cuanto ocurre es una alharaca, un bullicio que solo va a concluir en humo. No se trata de una suma de eventos para crear opinión pública. Las condiciones para alternativas difíciles son serias.

Muchos de los que conforman el extremo superior de la pirámide no podrán seguir haciendo sin consecuencias lo que hasta ahora.

Apetitos desenfrenados y confrontaciones han suscitado divisiones a su interior.

Hay pugnas graves entre los nuevos y los viejos señores de la política, del dinero y del poder. Diferentes estratos poblaciones, cercanos al colapso, o desbordados por la indignación, procuran impedir que su intolerante realidad se prolongue.

Mucha gente agoniza en la necesidad y la indiferencia. Tome nota de las protestas. Observe el encono, la ira, la desesperación.

La situación solo en contadas ocasiones había alcanzado niveles tan complejos. Hagamos memoria de eventos que se produjeron en la década de los sesenta y a mediados de los ochenta. En ambos casos, se trató de una terrible inestabilidad que concluyó en sangre derramada y daños garrafales.

Aguardo con esperanza que el Presidente encamine sus palabras hacia un contexto que contribuya a superar esta atmósfera tóxica antes de que sea tarde.

Su mensaje, humildemente opino, debe orientarse al real retorno a la institucionalidad, el respeto a las leyes y el régimen de consecuencias.

Juicio con procuradores y jueces insobornables a quienes han delinquido amparados por las influencias, la política, el dinero y el poder.

Que se combatan de verdad los crímenes de toda naturaleza. Enfrentar la inseguridad, las promesas incumplidas, los repartos abusivos. Que los recursos del Estado se orienten prioritariamente a las necesidades de la mayoría. Que prevalezca el respeto y las administraciones del Estado hagan realmente su trabajo. Ya mismo.

Bosch lo planteó en una ocasión: hacer que el gobierno respete sus propias leyes. La institucionalidad. Tal y como enunciaba el editorialista de “El Caribe”, esa es nuestra esperanza de hoy.



Etiquetas