El espíritu de la libertad

El espíritu de la libertad

El espíritu de la libertad

La libertad de expresión está en el deber de elogiar la verdad: es su razón de ser. Es preferible progreso en libertad que progreso sin libertad.

Si se “faranduliza” por los embaucadores de la opinión pública, la libertad de expresión puede convertirse en enemiga pernicioso de la estabilidad democrática.

Cuando los fanáticos religiosos son intolerantes con los demás, se convierten – sin darse cuenta- en enemigos sin rostro de la libertad de expresión y del pensamiento crítico; con su sensacionalismo y chantaje, los comunicadores sociales, si usan los medios para manipular a la clase política, podrían “matar la gallina de los huevos de oro” de la libertad democrática, una conquista que es fruto de la misma defensa de las libertades públicas.

La violación a la libertad es un irrespeto a la condición humana y a los derechos individuales de las personas.

La intolerancia fanática -en nombre de un Dios-, o la de una ideología sin ideas de civilización -en nombre de un sistema político-, son las dos tendencias lesivas contra la convivencia pacífica que impone la vida moderna.

En consecuencia, la intolerancia es una ofensa contra la libertad de expresión, pues se convierte en excusa para violar los derechos de los demás.

El uso sin conciencia de la palabra puede ser un regalo envenenado de la libertad de expresión en manos de medios de comunicación sensacionalistas y desaprensivos, que le confieren voz a los que han perdido su derecho de opinión por el uso de la inverosimilitud -y no constituyen modelos ni referentes morales porque han traicionado a la sociedad en sus valores.

En efecto, el chantaje informativo de los medios a la clase política podría constituirse en un atentado contra la democracia misma, que le sirve de fundamento político y jurídico.

La democracia es el más noble de los sistemas políticos; también el más perfectible, y que más responde a los ideales de civilización. Su principal defecto es la corrupción -lo sabemos-, pero es preferible a las dictaduras militares -de derecha o de izquierda-, y aun a los regímenes populistas.

La democracia siempre será mejor sistema, siempre que se garantice la seguridad ciudadana. Constituye un rasgo esencial de todo orden democrático.

La funcionalidad de la democracia tiene otro enemigo que le acecha, además de la dictadura: el populismo. En algunos casos este régimen adopta la máscara del neopopulismo, que asume el culto a la personalidad de un líder extinto, en nombre de una utopía socialista, sin revolución violenta, y a través de elecciones espurias, ante el vacío de opciones democráticas legítimas y producto del hastío de las democracias corruptas.

De modo que, en la presente correlación de fuerzas políticas mundiales, oscilamos entre la dictadura, la democracia o el neopopulismo.

En cualquier caso, siempre será una válvula de escape ante el horror a la pérdida de la libertad, con que se construye la historia.

De Stuart Mill a Isaiah Berlin, de Croce a Raymond Aron, de Sartre a Octavio Paz o Vargas Llosa, la libertad siempre ha sido un concepto que ha seducido a los pensadores, como tema central de la filosofía política.

Así pues, sin libertad no hay pensamiento, pues quien dice pensamiento dice libertad, que es el espacio en que se gesta todo pensamiento crítico. Sin crítica la libertad no se retroalimenta, y la libertad es la respiración de la democracia.



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