Don Mariano Lebrón Saviñón, un hispanohablante eviterno

Don Mariano Lebrón Saviñón, un hispanohablante eviterno

Don Mariano Lebrón Saviñón, un hispanohablante  eviterno

Como humanista, científico y escritor, su mundo ideal no estaba en los buenos vinos ni en los deliciosos manjares terrenales. Su tiempo lo tenía comprometido con la sociedad, la ciencia y los libros.

No significaba, sin embargo, que no fuera un ser humano de carne y hueso, como nosotros. Don Mariano Lebrón Saviñón volaba con su sapiencia y con la pluma tan alto como las estrellas, pero caminaba con los pies sobre la tierra.

Saludaba al pasar con amabilidad y hasta refrenaba su andar en el camino para sonreír y confraternizar, entregar bondades y cariños, escuchar y aconsejar, como todo buen padre con sus hijos.

Hablar con él, escucharlo, era volver a llenar de optimismo la fe perdida por las diarias adversidades de la vida; oír cantar los ruiseñores cuando el alma se deprime por la ausencia de un amor perdido; como cerrar los ojos, y al abrirlos, ver en nuestras manos hacerse realidades nuestros sueños más hermosos.

Tenía la convicción de que para engrandecer los pueblos había que educarlos y que todos debíamos contribuir en tal sentido, porque de la labor constante y amorosa del sembrador dependía que la tierra árida reblandeciera y abriera su corazón, y del corazón de la tierra brotara miel y leche.

Pienso, que su estatura como hombre, humanista e intelectual no es fácil de resumir en dos palabras, algo que, -¡y Dios me libre de tal profanación!-, no pretendo ni puedo. Pero como osado grano de arena parado delante de la montaña, abusando un poco de la generosa amistad que en vida me brindó, sí me atrevo a decir cómo lo veo desde un aspecto humano y afectivo, solamente.

Su mundo: Dios, sobre todas las cosas, su labor literaria y la lectura. Su libro preferido: Don Quijote de la Mancha. Lo amó con devoción. Sus musas: la familia, el amor, la naturaleza y la humanidad. Como hombre: níspero maduro a donde iban a libar las almas sedientas de belleza y de cultura. Consecuente y noble, porque en su corazón no anidaron jamás arrogancias ni egoísmos. Honesto y sincero.

Hablar hoy de el, como mañana de otros connotados y meritorios ciudadanos de mi pueblo que viven todavía, es hacer justicia.

No olvidemos el emotivo y desgarrador lamento de don Federico Henríquez y Carvajal en los funerales del prominente educador Eugenio María de Hostos y que por la profundidad de su contenido ha quedado plasmado en los libros y en el corazón de los pueblos americanos de habla hispana: -¡Oh América infeliz, que sólo conoces tus grandes hombres cuando son tus grandes muertos!-

Un halago inmerecido es una burla al halagado y una falta de respeto a la sociedad por parte del halagador.

Pero cerrar los ojos para no ver arder la fragua en la oscuridad de la noche y taponarse los oídos para no escuchar el batir de alas de los ángeles cuando fluyen como claveles perfumados de la refulgente pluma de un poeta, es egoísmo.

Y como no soy egoísta, todo lo positivo lo puedo decir de don Mariano y no exagero ni me sonrojo, porque él, por su conducta y obra literaria mereció llevar en vida y ahora en la muerte la corona de los eviternos confeccionada con todas las palabras laudatorias que contiene el diccionario.

Para muchos don Mariano Lebrón Saviñón ha fallecido, pero para sus amigos, y yo tuve el privilegio de ser uno de ellos, ¡don Mariano no ha muerto, está vivo en nuestros corazones y en nuestra imaginación! y sigue cabalgando como don Quijote sobre Rocinante, lúcido y vigoroso, taladrando con la luz de su genio en las tinieblas. (Fin)



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