Depresión y cultura, hoy

Depresión y cultura, hoy

Depresión y cultura, hoy

Wilfredo Mora

Cada 7 de abril, la Organización Mundial de la Salud (OMS) celebra el Día Mundial de la Salud. El tema de este año es la depresión, cuyo objetivo es que la población esté más informada, que pueda saber qué es, cómo se la previene, su atención y su tratamiento.

Este festejo es una oportunidad de movilización para la acción, por tratarse de uno de los fenómenos patológicos universales. Aunque ustedes no lo sepan, aunque el tema de la campaña sea “Hablemos de la depresión”, espero vean sus nombres al frente de este trabajo, el cual “traducirá con su corazón lo que con el mío escribo”, queridísimos amigos doctores, Altagracia Guzmán Marcelino y Ángel Almánzar, del Ministerio de Salud Pública.

Ciertamente, los estudios, el manejo de los trastornos depresivos, sobre esta problemática en la práctica cotidiana, no deben detenerse, pues ellos están dispuestos a observarse dentro de un campo transdisciplinario, que ofrece una creciente diversidad de factores en la que no siempre es fácil de orientarse.

La depresión, como todos los comportamientos humanos tiene su cultura. He aquí un enfoque antropológico, el cual puede darnos una proximidad que responda a sus premisas fundamentales.

La razón podría ser que nos toca tratar la depresión como fenómeno cultural, precisamente ahora que vivimos “tiempos de crisis”, que según los pensadores de la posmodernidad, contiene, precisamente, muchas implicaciones para la salud mundial.

Por lo general, el común de la gente, se está acostumbrando a considerar que la depresión es la consecuencia de la tragedia personal de alguien; que surge como consecuencia de una situación de disgusto permanente, y no es así.

Es una enfermedad que ataca la población mundial, entre un 8 y 15% y aunque sabemos que es la segunda causa de discapacidad en el mundo, se estima que en 2030 será la primera (Sociedad Española de Psiquiatría Biológica y la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental, 2015).

Tener un dolor de cabeza, estar de mal humor, o momentos fugaces de neurosis, no nos hace enfermo de depresión.

Pero la pérdida de la madre y el estrés post-traumático pueden ser un desencadenantes de la depresión, porque alcanzar un estado patológico, no siempre el aspecto reactivo, ya que todos tenemos motivos para estar deprimidos en algún momento de nuestras vidas.

En la cultura, la depresión tiene muchas lecturas. La psiquiatría nos ilustra su historia desde que Hipócrates la nombró una melancolía, pasando por san Pablo, quien la consideró una tristeza, según Dios o según el mundo; para Freud, una neurosis y ÉmileKraepelin la englobó dentro de las psicosis de tipo maníaco-depresiva. Lo cierto es que debemos discutir siempre sobre la forma de tratar la depresión.

En las revistas norteamericanas de psicología, es común tratar más sobre la cura de la depresión que sobre la bola de nieve negativa que ella conforma.

“Hay que emprender una batalla contra la depresión” –dicen con frecuencia.
Sólo con perspicacia estaremos libres de este problema: hay que apostar a tener una vida con alegría y amistad, en oposición a la tristeza y a la soledad; optimismo por el mundo, frente a la falta de voluntad; la autoaceptación, el buen humor, frente a la autocompasióny a la autoconmiseración.

La depresión rompe el diálogo entre el mundo y el hombre. Pero a pesar de esta “crisis de los tiempos de la modernidad”, la cultura dispone para el hombre que se apele al ideal de salud, y de libertad.



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