“Dejar hacer y dejar pasar”

“Dejar hacer y dejar pasar”

“Dejar hacer y dejar pasar”

Roberto Marcallé Abreu

Es probable -muy probable- que noticias en verdad relevantes, por muchas circunstancias, se ubiquen en páginas interiores en los medios y se les conceda una importancia exigua. Al leerlas nuestra fe palidece y el malestar sucede a la sorpresa.

El pasado 26 de octubre, un suelto publicado en “El Nacional”, firmado por Víctor Borromé, consignaba el cambio de prisión a prisión domiciliaria en beneficio del señor Junior Alfonso Jiménez, acusado de darle muerte a su hija Michelle, de … ¡un año y diez meses!

Estos son los hechos: el acusado alegó que la menor “se asfixió con una sábana mientras dormía”. Esta versión, dice Borromé, resultó “poco convincente” al personal médico y a familiares, porque la niñita “presentaba signos de violencia y moretones en su cuerpo”.

La madre, Indiana Isaac, manifestó que su hija “evidenciaba arañazos y golpes fuertes en la cara”. La policía, al referirse al acusado, manifestó que tiene “antecedentes criminales”. Apenas hace dos años, en 2014, le dio muerte a un hermano, Edgard. En la crónica no hay más detalles al respecto. Se le acusó, además, de haber incendiado un vehículo en las proximidades de “La cueva de las maravillas” en San Pedro de Macorís. No se ofrecen más explicaciones.

Meses atrás, el doctor Sergio Sarita, patólogo, manifestó su desconfianza ante muchas de las conclusiones derivadas de autopsias realizadas en el país. Entre muchos ejemplos citó el de una ciudadana europea que supuestamente murió por asfixia. En su cuerpo mostraba huellas de numerosos golpes en la cabeza.

Sarita explicó que no a todas las personas fallecidas en circunstancias inusuales se les hacía una autopsia. Como médico especializado, se quejó, había tropezado con una cantidad de casos en los que las conclusiones distaban mucho de considerarse científicas u objetivas.

Hace días un empresario reveló que el doce por ciento de las medicinas que llegan al público son falsificadas. La cifra parece conservadora si se toma en consideración que en la República Dominicana la industria de la falsificación de toda clase de productos alcanza niveles impensados.

A cada momento se anuncia el descubrimiento de un antro donde se procesan estas adulteraciones en condiciones de higiene realmente deplorables.

Se elaboran etiquetas por millones para encubrir fechas de vencimiento vencidas. Se mezclan ingredientes para procesar bebidas y “medicamentos” y sabrá Dios cuántos productos de diario consumo.

La historia de aquel dirigente político reformista dedicado a esos menesteres y que fue condenado a “pena cumplida” y devolución de su dinero debe servirnos como reflexión .Todo esto es “pecata minuta”.

¿Lograremos, algún día, contabilizar el número de muertos a consecuencia del “dejar hacer y dejar pasar” en el que sobrevivimos?



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