Los comentarios de Sipol

Los comentarios de Sipol

Los comentarios de Sipol

Desde que escribimos semanalmente esta columna en el periódico El Día (Digital), nos hemos ganado la adhesión, el cariño, el afecto, y parece que hasta el amor empapado de negativa pasión, de una persona desconocida que siempre nos responde bajo el pseudónimo de Sipol.

 Sipol luce ser una de esas personas que no ha tenido éxitos en el  sector minero, pero que siempre ha soñado con alcanzar el éxito minero, aunque podría tener todo el potencial para alcanzarlo, parece ser una persona de discreto perfil, aunque aparenta soñar con tener un alto perfil, y su seudónimo indica que siempre ha estado en la penumbra, pero que siempre ha querido tener la luz que a otros alumbra.

Sipol no publica textos, pero lee con fervor todos nuestros textos, Sipol no construye ideas públicas, pero devora con entusiasmo todas  nuestras ideas públicas, Sipol no hace planteamientos públicos, pero es una persona que se siente fascinada con todos nuestros planteamientos públicos.  

Sipol no sabe mucho de Geociencias, pero aprende mucho leyendo todos y  cada uno de nuestros textos de Geociencias, Sipol no sabe de política, y al parecer ni le interesa la política, pero le apasiona leer nuestros textos sobre política; Sipol no sabe mucho de medio ambiente, y en sus críticas demuestra que desprecia a los ambientalistas, pero disfruta todos nuestros textos ambientales; Sipol no sabe sobre desastres naturales, pero nunca se pierde nuestros variados artículos sobre los preocupantes desastres naturales.

 Como un niño que cada día se levanta buscando un juguete nuevo, Sipol se levanta cada mañana para ver si su escritor favorito ha colocado un artículo nuevo, para leerlo con ansiedad, disfrutarlo sin frugalidad, y de ser necesario comentarlo hasta la irracionalidad.

 Es lo único que activa sus neurotransmisores, y le da razones para vivir feliz, inmersa en absurdos multicolores, y a veces lee más de una vez el mismo artículo para poder disfrutarlo hasta la saciedad y colocarle nuevos comentarios sin importarle la banalidad.

 Sipol no puede resistirse al magnetismo unipolar que genera hacia su articulista preferido una atracción fatal, y después de haberlo leído, haberlo saboreado, y haberlo criticado, siente el placer del deber cumplido y la emoción del disfrute gozado.

 La vida de Sipol gira alrededor de los textos de su autor, su brújula sólo se declina con las ideas de su autor, su sol sólo se enciende con el plasma incandescente emitido por las palabras de su autor, su mente flota alrededor de los conceptos boreales de su autor y su alma reencarna en cada solsticio descrito por su autor.

Sipol es como un dulce río vivo que sólo crece cuando su autor favorito le deriva caudales del hipersalino mar muerto; o como un viejo cruzado cristiano, medieval adivino, que sólo se apasiona frente a las huestes de Saladino. Sufre una especie de síndrome de Estocolmo.

Una conducta extraña, propia de una mente que se auto engaña.  

Porque, al igual que el  romano emperador Adriano, Sipol entiende que la palabra escrita por su autor le enseña a escuchar la voz humana que calma el dolor, de la misma forma en que las actitudes inmóviles de las estatuas griegas, talladas en fino y duro mármol blanco, le enseñaron a Adriano a apreciar los dinámicos gestos del ser humano que es vano, codicioso y envidioso. Sipol es viejo reflejo en nuevo espejo.

 Sipol quiere ser alma gemela de su autor, persigue todas y cada una de las acciones de su autor, y termina en el éxtasis propio del romanticismo apasionado hacia las letras de su autor; aunque a veces Sipol siente por su autor el mismo impulso que el Imperio Romano sentía en los últimos días de Domiciano.

Para Sipol, catadora insaciable de nuestros textos, la vida no tiene el mismo sabor cuando no lee las letras de su autor, las comidas le parecen insípidas, el agua le sabe a jabón, los dulces le saben amargos y el sueño no tiene razón, pero desde que aparecen nuevas líneas de texto, escritas por su autor, la adrenalina le sube al límite, se excita con toda razón, el ego oculto se le dispara, y la vida vuelve a latir por desfibrilación de su corazón, porque ahora tiene trabajo como empresa de demolición.

Sipol se clava a nuestros textos como Jesús fue clavado en la cruz, y no resucita hasta no haber sentido la emoción de la comunión que ingiere con cada palabra que lee sin traducción, porque cada palabra nuestra es levadura que infla y fortalece su obsesionada y extraña

pasión.

Para cualquier columnista es un privilegio, y hasta una bendición, contar con lectores fijos, obsesionados, apasionados, fanáticos de todos los temas que trata, enamorados de los textos, e insaciables en el amor por la lectura de su autor, como Sipol.

 Y al igual que el poeta argentino Francisco Luis Bernárdez, quien escribió que después de todo había comprendido, que lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado, así nosotros hemos comprendido, que lo que Sipol comenta tan florido, refleja todo lo que tiene sepultado.



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