Arjona, Jesucristo, el cura y el gagá

Arjona, Jesucristo, el cura y el gagá

Arjona, Jesucristo, el cura y el gagá

German Marte

Se acerca el 30 de mayo y –lamentablemente- Trujillo sigue vivo en algunas mentes de alcaldes más atrasados que los jumentos de su campo.

Viven debajo de algunas sotanas con tufo medieval. En la prédica de ciertos pastores descarriados, y en los labios de algunos comunicadores de alquiler.

Gente que dice ser cristiana continúa su febril siembra de odio, tanto que a veces siento que falta poco para una cosecha apocalíptica. Predicadores con sed de sangre, como los antiguos cruzados.

Ante ese panorama cualquiera se desconcierta, sobre todo porque el discurso alienante y excluyente penetra y confunde la mente de millones de buenos dominicanos.

No es un fenómeno exclusivo del país. En el documental “El dilema de las redes sociales” (Social dilemma) se puede ver lo fácil que es manipular la mente humana. Dicen los que saben que las noticias falsas se propagan hasta 6 veces más rápido que las verdaderas.

No tengo nada personal contra las iglesias, pero aborrezco a los políticos saltapatrás, a falsos profetas, a aquellos que embrutecen y meten miedo y dividen a los hombres en nombre de la fe. Mienten con tanto fervor que terminan creyendo sus propias mentiras, son revisionistas del dogma cristiano.

Si tuvieran la conciencia siquiera del tamaño de un granito de mostaza entenderían que ser cristiano es ante todo “amar al prójimo”, no odiarlo por ser diferente, no importa si es samaritano, cirineo, si baila salve, merengue, dembow o gagá, no importa si es de aquí o de allá, si viene o se va.

No hay que creer todo lo que diga un taxista como Ricardo Arjona que confiesa iba todo el camino mirando por el retrovisor el cigarrillo encendido y las piernas de una pasajera, pero él asegura que en su barrio la más religiosa era doña Carlota, una vieja hipócrita que le pinchó 100 pelotas.

Creerse superior a otro por razones de creencias, raza, color o ideología no sólo es una gigantesca estupidez, sino -y ante todo- una negación del cristianismo y del humanismo en sentido general.

Lo que pasó en Semana Santa en El Seibo, donde el cura, los evangélicos, la policía y el alcalde prohibieron una manifestación de gagá es una violación a la Constitución (art. 45); es un acto de intolerancia propio de las dictaduras.
Aunque tampoco estaría de acuerdo, me pregunto cuándo alguno de ellos ha abierto la boca para protestar por la celebración de Halloween en los colegios de popis o el desfile del Año Nuevo chino. Ninguno.

Porque en el fondo es un rechazo al negro; y más que al negro, al pobre, eso que se denomina aporofobia, ni más ni menos. Discriminación.

Ocultar o reprimir expresiones que son propias de nuestro acervo cultural es una arbitrariedad. Lo que nos hace únicos. Nuestra fortaleza biológica y culturalmente nos viene dada en gran medida por esa mezcla racial. El verbo español, la cadera de la negra esclava, la dulzura taína, el sabor del criollo, la fe, los ritos, “la unidad en medio de la diversidad”, es lo que somos.

Ni siquiera en los dos siglos y medio de la época colonial pudo la clase dominante sofocar las manifestaciones de los negros esclavos traídos de África.

Con el permiso de los que viven y profesan el evangelio sin excluir o aplastar a los otros, es bueno recordar que una cosa es ser cristiano y otra muy distinta es ser cretino.



German Marte

Editor www.eldia.com.do