Acertado nombre

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Mario Emilio Pérez

Una de las mejores voces masculinas del canto universal fue la del dominicano Eduardo Brito, cuyo nombre lleva el Teatro Nacional.

Pero para que en el frontispicio de la bella edificación aparecieran las letras que identificaban al inmenso artista, fue necesario que un reducido grupo de sus fervientes admiradores  dedicáramos esfuerzos y recursos a ese noble objetivo patriótico.

Entre ellos estaban el ingeniero Roque Napoleón Muñoz, y el locutor Jesús Torres Tejeda, ambos fallecidos a destiempo; también la enciclopedia parlante de la comunicación Álvaro Arvelo hijo, y el doctor Carmelo Aristy Rodríguez.

Como sucede con casi todos los ideales que brotan de la mente humana, hubo defensores de ese proyecto, pero también opositores radicales, que incluía  figuras relevantes del arte musical, tanto popular como sinfónico.

Unos señalaban que la casi totalidad de los teatros nacionales del mundo no llevaba nombres de personalidades, y otros llegaron a manifestar que el bardo nacional no acumuló en su breve carrera artística méritos suficientes para merecer esa distinción.

Mostrando prejuicios acerca del arte musical popular, afirmaban que el hecho de que Brito interpretara criollas, boleros y sones, lo descalificaba para recibir aquel póstumo ingreso al selecto mundo de los epónimos.

A continuación citaban nombres de consagrados artistas, y que de acuerdo a su criterio tenían mayor derecho que el mago de la voz pletórica de bellos tonos y matices para esa imperecedera consagración.

Claro que, de acuerdo al prejuicio señalado, todos fueron cultores de la música sinfónica, pese a que ninguno alcanzó la nombradía internacional del cantante que electrizó públicos españoles interpretando zarzuelas.

Incluso hubo críticos de la nación europea que afirmaron que fue quien en su tiempo mejor cantó los trozos de “Los Gavilanes” correspondientes al personaje de ‘Juan el indiano’, del maestro Jacinto Guerrero.

Álvaro Arvelo hijo, y Carmelo Aristy Rodríguez, no solo fueron los precursores de la idea de que la sede que alberga las más altas expresiones de las bellas artes llevara el nombre de Eduardo Brito.

También se constituyeron en esforzados defensores del artista frente a los que infravaloraban sus excepcionales condiciones vocales.

Quizás al triunfo del ideal britoniano, valga el neologismo, se deba  que hoy las salas principal, y de la Cultura, lleven los nombres de dos egregias figuras del arte musical: Carlos Piantini, y Aida Bonnelly de Díaz.



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