Una historia de amarguras y desaciertos

Una historia de amarguras y desaciertos

Una historia de amarguras y desaciertos

Roberto Marcallé Abreu

La historia de la República Dominicana ha estado signada por la desdicha. Nuestro destino ha sido, de manera constante, aciago y oscuro.

Es buen ejercicio recorrer un periplo de amarguras, desde que depredadores sin conciencia pisaron esta tierra que muchos consideran bendita por su prodigalidad y condenada por la suerte de sus hijos.

Juan Bosch lo dijo una vez: en tanto diversos núcleos poblacionales foráneos tuvieron la oportunidad de desarrollarse e ir conformando una identidad y una nación, los dominicanos no tuvimos la oportunidad.

La depredación, el crimen y la brutalidad contra las mayorías han devastado un eventual Proyecto Nacional.

¿Por qué nos extraña que, contra todos los cantos de sirena, seamos un país desbordado por la necesidad, las injusticias, el sufrimiento? Mientras una población de millones sobrevive en un mar de angustias, un grupo de suertudos y hábiles nos restriega en el rostro su bienestar y grosera opulencia.

Integrantes de la clase política, la intelectualidad, la iglesia, maestros, profesionales, representantes del “poder universal” con ideas y sentimientos adversos a este estado de cosas, tuvieron la oportunidad de incidir de manera determinante para transformarlo. No lo hicieron.

En ocasiones optaron por sumarse con su silencio e indiferencia a la generalizada situación de abusos y perversidades. Fuimos ingenuos si creímos que el ascenso al poder del discipulado de Juan Bosch supondría un cambio radical de nuestro destino.

Ya anteriormente depositamos nuestra fe en el arribo al poder del partido “de la esperanza nacional”. Ilusas expectativas.

Las balas asesinas dirigidas a una población de mujeres indefensas y de muchachos desarmados en el año 1984, nos evidenciaron plenamente que en el seno de esa organización no existía un ápice de franqueza e identificación real con los anhelos nacionales.

A excepción de Peña Gómez y unos pocos, el espíritu criminal y de riquezas mal habidas estaba tan presente como en los grupos que se han servido hasta el hartazgo de la riqueza nacional.

Ese ascenso político de ese partido es la historia de una de las más escandalosas derrotas nacionales imaginable. Una infinita dosis de cianuro a nuestros sueños.

El caso de Odebrech nos intoxica de frustración y amargura. Peor, aún: dicho escándalo es una gota de agua de lluvia en el mar si se le compara con conductas parecidas que harían palidecer el espíritu de saqueo de los “descubridores originarios”.

Pienso ahora en mártires y luchas. Nuestros héroes nacionales, encabezados por Duarte. Los afanes previos a la Independencia en 1844 hasta 1930.

Los torturados y asesinados en la Era de Trujillo. Los héroes del 14 de junio. El crimen innombrable de las hermanas Mirabal.

El asesinato de Manolo Tavárez Justo. Los muertos de abril de 1965. Las víctimas durante el terror de los doce años. La muerte de cientos de luchadores.

La de Orlando, Goyito, Caamaño, Henry Segarra, Homero Hernández. Los sacrificados de 1984. Los hambrientos y desnudos de todas las épocas.

Es el momento de preguntarse si ha valido la pena. El panorama nacional es más angustioso y desolador que nunca. ¿Hay en verdad lugar para la esperanza?



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