Peligro del singularismo identitario

Peligro del singularismo identitario

Peligro del singularismo identitario

José Mármol

Empeñarse en creer, y en obligar a creer, que puede existir una identidad, individual o nacional, provista de un carácter singular, y por demás, superior a las otras identidades de individuos o grupos sociales es un error tan grave que haría posible que se malinterprete y desconozca a los demás individuos a escala global.

Ese sesgo interpretativo, causante de radicalismos ideológicos y de fundamentalismos religiosos, así como de la presunta división de las poblaciones del mundo en civilizaciones o creencias antagónicas, proviene de una visión de las ciencias sociales y humanas fundamentada en la cuestión política de las confrontaciones globales (occidentales contra orientales, musulmanes contra cristianos, fieles contra impíos, una tribu contra otra tribu, entre otros).

El pensamiento de Samuel Huntington (1997) se apoya en ese sesgo.

La pertenencia a un grupo étnico o social, o bien, la elección de una preferencia, de un partido político, un equipo deportivo, un gremio profesional, una religión e incluso, un territorio o un Estado no pueden ser razón singular para reducir a cualquiera de ellos la identidad de un individuo del siglo XXI.

De acuerdo con AmartyaSen (2007), Premio Nobel de Economía 1998, una persona puede ser, al mismo tiempo, y sin ninguna contradicción, ciudadano estadounidense de origen caribeño con antepasados africanos, cristiano, liberal, mujer, vegetariano, corredor de fondo, historiador, maestro, novelista, feminista, heterosexual, creyente en los derechos de los gays y las lesbianas, amante del teatro, activo ambientalista, fanático del tenis, músico de jazz y alguien que está totalmente comprometido con la opinión de que hay seres inteligentes en el espacio exterior con los que es imperioso comunicarse (preferentemente en inglés).

La pertenencia de un solo individuo a todas esas colectividades imprime a su persona y a su existencia una identidad particular, no singular, sin necesidad de que se le reduzca a una de ellas o que se presuma que alguna de ellas llegue a ser la única identidad del individuo.

En realidad, la identidad humana descansa en la pluralidad; no en la singularidad. Es la diversidad la que nos hace diferentes, no la unicidad.

Hoy día vemos demasiada barbarie, desde la discriminación hasta el genocidio, producida por la confusión y el reduccionismo identitarios.

Y uno de los más terribles de esos males estriba en propalar la ilusión del destino, es decir, vender la idea de que el destino de una persona está íntimamente ligado a la singularidad de su identidad, porque esa actitud alimenta la violencia en el mundo.

Esta es una idea pivote del libro de Sen titulado “Identidad y violencia. La ilusión del destino”, donde, además, subraya que la creación de odio en la humanidad tiene lugar al invocarse el poder mágico de una identidad singular, supuestamente predominante, ignorando las otras identidades con las que vive el sujeto posmoderno, como pueden ser el género, la profesión, el idioma, la ciencia, la moral y la política. No hay ni identidades ni culturas superiores; son solo diferentes, plurales, múltiples.

Una singularidad no elegida de la identidad de un sujeto, impuesta como ilusión de una identidad única y predestinada, conduce a la violencia.

Por ejemplo, encarcelar la identidad de un sujeto musulmán a la falsa postura de que el islam es, en sí mismo, intolerante, cuando la religión es apenas una de las identidades de un musulmán.

Las identidades son múltiples en un mismo sujeto y es este quien debe elegir, con libertad, a cuál de sus respectivas identidades va a darle relevancia en su vida, cuándo y dónde. Antes que gregaria, la idea de identidad única y singular es disgregadora y peligrosa.



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