Pactar contra la violencia pero, con quién

Pactar contra la violencia pero, con quién

Pactar contra la violencia pero, con quién

Porque… “si te maltratan o desconsideran,

es porque tú lo permites”.

“Hay quienes utilizan el pensamiento

para justificar sus injusticias y utilizan

la palabra para disfrazar

sus pensamientos”.

Voltaire.-

      Al parecer, porque así pretenden hacernos creer, entre nosotros y la violencia existe una boda sin divorcio, algo parecido a la relación de la espada con la sangre o como dice un poema, algo parecido a la presencia del amigo en momentos de incertidumbre, que como la sangre, acude a la herida, sin que esta la llame.

      Vaya usted a ver, que hasta algunos de nuestros “representantes”, han propuesto como licencia de corso o bula papal, la burda idea de “legitimar” la licencia para matar, al estilo del Agente 007, de la cual y a través del tiempo, algunos miembros de la Policía Nacional, han hecho uso con bastante discrecionalidad para funcionar.

      Al parecer, nuestros “dignos representantes” y por demás “honorables”, muchos de ellos semi-analfabetos, han confundido la “licencia para matar”, con la “licencia de impunidad” que los cubre a ellos, desconociendo que una cosa es hacer sus indelicadezas y otra es disponer de la vida humana, que para ellos, al parecer, carece de valor.

      Estos son los mismos que pretenden circunscribir la violencia a la que se ve  pero, las que ellos provocan es peor, más criminal y abusiva. Nos referimos a la violencia política, esa que surge producto de sus acciones perversas y ocultas, aquellas llenas de indiferencia hacia el ciudadano común y los problemas colectivos que los afectan. Esa política maliciosa de adueñarse de instituciones, de coimas y vergonzosas prácticas de nepotismo institucional.

        Esa violencia política, es la madre de todas las demás formas de violencia, llámese familiar, psicológica, femenina, socio-económica, cultural o delincuencial. Si, ese uso irracional del poder ha sido hasta ahora la mayor fuente de violencia, porque como dice uno de nuestros valiosos escritores “la razón es para algunos, solo lo que ellos suponen, aunque sea ridículo y absurdo”.

      Esa es la razón principal por la cual, en este país, se necesita con urgencia la imposición del primer imperio o reich real, el de la justicia. No esa de los papeles y que utilizan los abogados para explayarse en un tribunal siempre y cuando exista el suficiente dinero a disposición, no señor, sino, aquella donde los privilegios e impunidad para una casta o asociación, simplemente, pasen a la historia, una justicia que mida con la misma vara a todos.

      Por aplicarse con privilegios lo que está escrito en los papeles sobre la justicia, es decir las leyes, es que estamos abocados al desastre colectivo, donde ni un rayo de luz nos separa de ese futuro incierto, el mismo que tratamos de ignorar mientras continuamos sordos, mudos y ciegos sin querer percatarnos del ocaso institucional y la inevitable oscuridad moral, ética e institucional que amenaza con destruirnos.

      Hacer un pacto para la no violencia pero, ¿existe un auspiciador? ¿Será o serán los mismos para los cuales no existen las normas, los mismos cuya violación a las leyes no les conlleva mayor castigo, los mismos que crean las leyes y reglamentaciones y para ellos es como si no existieran y por cuya causa han sumergido a esta nación en la mayor anomia social de su existencia? ¿Serán los mismos que de forma deliberada provocan acciones que afectan la colectividad, limitando sus aspiraciones presentes y futuras que la conducen a prejuicios y daños, tanto físicos como psicológicos y por ende a determinada situación de violencia?

        Algunos pactan para luchar contra la violencia, acuñando imperativos a sabiendas que nadie las cumplirá y eso, es simplemente, una inmoralidad. Por estas razones, de la violencia hay que hablar y mucho, pero, sobre lo que produce la misma, hay que actuar mucho más, hay que restarle fuerzas a las realidades de miserias y carencias que la producen, no solo, blablablá. ¡Sí, señor!



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