La mentira y sus consecuencias

La mentira y sus consecuencias

La mentira y sus consecuencias

Como es mi costumbre, el pasado domingo, abril 30, asistí a mi parroquia, Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, para participar en la celebración eucarística o Santa Misa. Siempre llego una hora antes de comenzar esa celebración para tener tiempo suficiente para meditar las lecturas del día y también darle lectura al boletín parroquial que siempre trae mensajes de interés para la feligresía.

Por una de esas casualidades que a veces suceden, el boletín de ese día trajo un mensaje titulado “La mentira”, coincidiendo con el título de este artículo, el cual yo había comenzado a preparar el sábado anterior, o sea, abril 29.

Aproveché, entonces, para tomar de ese boletín el siguiente párrafo: “Vivimos con otros, en casa o en la calle; en el trabajo o en el autobús, en un parque o en un equipo de deporte porque existe entre nosotros confianza mutua. Porque pensamos que hay respeto, honestidad, acogida. Porque creemos que el familiar o el amigo no nos engañan, son sinceros.

Pero la confianza y toda la vida social quedan gravemente heridas por culpa de la mentira. Porque la mentira implica engaño, traición, injusticia. Según San Agustín, “la mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar”.

Abundando aún más sobre este asunto, para la mundialmente conocida Santa Teresa de Calcuta, “la persona mentirosa es la mas peligrosa”.

Y tenía mucha razón. La Biblia asocia la mentira con Satanás, jefe de todos los espíritus malignos, y de ese ser infernal no se puede esperar nada bueno.

Por lo tanto, en un mentiroso no se puede confiar porque no es transparente, crea dudas al hacer un uso malicioso de la mentira.

Los conflictos serán inevitables. En cambio, la verdad genera confianza y fortalece la amistad entre las personas. La mentira nos hace esclavos, la verdad nos hace libres.

El preámbulo anterior viene a propósito del fallecimiento en EE. UU. de Norma McCorvey, ocurrido el pasado mes de febrero en su pueblo natal a los 70 años de edad.

Era conocida también como Jane Roe. Probablemente, pocas personas en nuestro país han oído hablar de esta señora que haciendo uso de una gran mentira propició que EE. UU. tenga al día de hoy casi 60 millones de habitantes menos en su población.

Efectivamente, Jane Roe fue la demandante en el proceso “Roe vs. Wade”. Azuzada y apoyada por grupos feministas, basó su demanda en una supuesta violación, lo cual, según ella, le impedía dar a luz a esa criatura. Al acoger su demanda, la Corte Suprema de los Estados Unidos legalizó el aborto en 1973.

De todos modos, como el juicio duró mucho mas que el tiempo del embarazo, ella no abortó a la que fue su primera hija, fruto de la supuesta violación, ni tampoco recurrió al aborto con otros dos hijos que tuvo a pesar de que la ley ya había sido aprobada.

Esto demuestra que a ella no le interesaba abortar a sus hijos y que algo raro, extraño, había sucedido en ese caso.

En efecto, posteriormente todo se aclaró. La señora McCorvey se arrepintió de lo que había dicho durante el juicio para sustentar su demanda y declaró públicamente haber mentido para lograr la despenalización del aborto en el Estado de Texas, un mal que luego se propagaría como pólvora encendida a los demás estados de EE. UU., lo que ha dado lugar al asesinato de más de 58 millones de bebés por nacer desde el 1973 hasta la fecha, según cifras del Gobierno americano.

Y todo basado en una gran mentira, una gran falsedad.

En su defensa, años más tarde, ella alegó que se convirtió en un «peón» de dos ambiciosas abogadas que buscaban una demandante que lograra cambiar la legislación que prohibía el aborto en el Estado antes mencionado.

Fiel a su arrepentimiento, en 1995 la señora McCorvey comenzó a formar parte del movimiento provida y 3 años más tarde ingresó a la Iglesia católica, convirtiéndose desde entonces en una luchadora incansable para que el aborto fuera de nuevo declarado ilegal.

En este sentido, en el año 2005, utilizando sólidos argumentos le pidió a la Corte Suprema que revisara la sentencia de 1973 que despenalizó el aborto en EE. UU., pero no tuvo éxito.

No soy abogado, pero por lógica creo que una sentencia emitida por una Corte en base a un argumento falso aportado por el demandante, debería ser revocada por el propio tribunal que la emitió tan pronto sale a la luz pública un nuevo elemento que la hace ilegítima.

Incluso, en EE. UU. cuando una persona está cumpliendo una condena por un delito que luego se comprueba que no cometió, no solamente es liberado, sino también indemnizado con una importante suma de dinero por el tiempo que duró injustamente en la cárcel.

Este caso es un patético ejemplo del poder destructivo que tiene la mentira y es deplorable que los abortistas, como no tienen el respaldo de la ciencia, continúen utilizando la mentira para lograr sus diabólicos objetivos. Inclusive, muchas feministas se disfrazan de monjas católicas y aprovechando la ingenuidad de muchas mujeres, les dicen que la Iglesia católica está de acuerdo con el aborto, lo cual es una mentira más grande que la catedral.

Por esta razón Jesucristo les advirtió a sus discípulos que se cuidaran de los mentirosos porque son hijos de Satanás, el padre de la mentira (Jn 8,44).



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