Salomé y el Presidente

Salomé y el Presidente

Salomé y el Presidente

German Marte

Creo que a todos los de mi generación les gustaban las salsas de La Fania All Stars. A mí me encantaban las canciones de Héctor Lavoe, “el niño mimado de Puerto Rico”.

Él tenía esa forma tan particular de interpretar las canciones que lo convirtió en un verdadero ídolo durante los años 70 y 80.

Todavía hoy, cuando un dominicano o puertorriqueño de aquellos años maravillosos escucha una de sus melodías es muy difícil que no tararee aunque sea el estribillo.

No importa lo que esté haciendo, si escucha «Tu amor es un periódico de ayer», «El cantante», «Juanito Alimaña», «Juana Peña», o «Salomé», inevitablemente la mente se le escapa y se va tras los recuerdos.

Por eso, cuando el pasado viernes estaba atento al discurso del Presidente explicando las medidas tomadas por su gobierno «incluso antes de que la pandemia llegara al país», me produjo mucha gracia escuchar a en la radio de no sé cuál vecino la canción «Salomé», de Héctor Lavoe.

No sé si esta vez era esa añoranza por los años mozos, o por esa manía periodística de creer poco y -en principio- dudar de casi todo lo que digan las autoridades, hasta prueba en contrario, el hecho es que momentáneamente dejé de escuchar al honorable Presidente y me puse a pensar en la despreciable Salomé que tanto defraudó al boricua.

“Mujer falaz/Impostora de caricias/ Tu beso es virus/ Que el alma envenena/ Mueve tus ansias
Un corazón de hiena/ Con las maldades/ Que encierra la codicia”.
Y el estribillo: “Mentira! Salomé me quiere a mí/ mentira/ Salomé no me engaña nunca, mami, mentira!…»

Por suerte, pude reenfocarme y volver al discurso, cuando el presidente hablaba de todas las camas que hay disponibles para aislar a los contagiados con el virus, las salas para cuidados intensivos, los más de 20 hospitales habilitados, y un largo y bonito etcétera.

Sin querer, yo seguía escuchando el corillo desbaratando a la pobre Salomé .
Así, mientras mi oído derecho escuchaba que Google nos menciona como uno de los países modelos en términos de movilidad por el Covid-19, por mi oreja izquierda entraba el estribillo «mentira, Salomé».

Me reí mucho, porque parecía un montaje de la oposición. Pero les juro que fue una jocosa coincidencia.

Entonces reflexioné que todo el mundo jura que odia la mentira, mas la justifica si le conviene. No sé qué dirán los psicólogos al respecto.

En verdad, en algún momento, por una u otra razón todos mentimos. De hecho hay mentiras en defensa propia. Hay mentiras piadosas que no hacen daño a nadie, hay quien miente para no pasar una vergüenza, para salvar a un amigo, una empresa o quedar bien ante la novia.

Ahora bien, hay mentiras que por la posición de quien la dice son más peligrosas que otras.

No es lo mismo que un niño mienta a sus padres y diga que se le perdió el dinero de la merienda cuando la verdad es que se lo regaló a su novia, a que el padre gaste en un casino todo el dinero de la comida del mes.

Ninguna de las dos está bien, pero la del padre es peor, porque las consecuencias son más graves y afectan a toda la familia.
La cosa empeora cuando el padre irresponsable, además de mentir, se cree sus falsedades.
Quien así actúa es peor que Salomé.



German Marte

Editor www.eldia.com.do

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