Frivolidad e indiferencia líquida

Frivolidad e indiferencia líquida

Frivolidad e indiferencia líquida

José Mármol

Los avances de la tecnología y la racionalidad mercadológica que los sustenta nos venden la idea de que, por medio de la vertiginosa e incesante producción y uso de artefactos técnicos, nos haremos la vida más simple; cuando en realidad, se trata meramente de estilos superficiales de vida, dado que ni siquiera hemos sido capaces de dar con la esencia de la vida sofisticada.

Hemos querido volar antes de aprender a correr. Nos apresuramos a colgarnos los aperos de los estilos de vida de la sociedad en estado líquido, cuando, siguiendo la terminología de Zygmunt Bauman, aún no hemos superado las barreras concretas e imaginarias del estilo de vida sólido, pretérito, propio del estadio capitalista de inicios y mediados del siglo XX.

En la sociedad sólida imperaban una jerarquía de valores y unas condiciones materiales de producción y comercialización de los bienes de consumo atados a aspiraciones de estabilidad, seguridad, futuro cierto, familia unida, ahorro, progreso, preparación profesional para un empleo seguro y duradero, poderes fácticos cohesionados al Estado de bienestar, en fin, un paisaje presente y futuro bastante bien delineado y predecible. 

La sociedad moderna líquida es, en cambio, un tipo de organización social en que las condiciones reales de actuación de sus miembros se modifican antes de que las formas de actuar de los individuos se establezcan y consoliden como hábitos, costumbres o rutinas determinados.

Esto quiere decir que las condiciones materiales del estilo de vida cambian antes de que el propio estilo de vida sea capaz de advertirse o conocerse a sí mismo.

El envejecimiento marca la pauta de lo despreciable. La caducidad y obsolescencia predeterminadas constituyen el porvenir inmediato.

La vida, como vista en una pantalla, se percibe como una cadena de nuevos comienzos con finales inciertos, indeterminados, demasiado indefinidos y laxos.

La vida líquida es, entre otras tantas falencias del mundo presente, “una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante”, dice el autor de la obra “Vida líquida” (2005).

Una forma de vida en la que lo importante, respecto de todas las esferas, será lo inmediato, fugaz, borrable y reemplazable; lo que no establece vínculos permanentes ni profundos, sino, ligeros y lo que, en términos axiológicos, se considere desechable, volátil, inestable, híbrido, revocable.

En la pasada semana se produjo en las redes sociales un auténtico fenómeno de viralidad, con una singular penetración rizomática en los espacios individuales, grupales, familiares y sociales, como pocos hechos de la sociedad actual, lamentables o exitosos, tristes o felices, positivos o negativos habían logrado captar la atención inmediata de millones de personas con algún dispositivo electrónico en sus manos.

Un acontecimiento propio de la vida líquida, en una sociedad carente de referentes éticos de cualquier orden. Se trata de la pregunta “¿De qué color es este vestido?”, que junto a la foto de la pieza colocó la usuaria de Tumblr Swiked, dando las opciones de si era blanco y dorado o azul y negro.

En cuestión de horas, el miércoles, ya los medidores digitales contaban cerca de un millón de tuits, al punto de que Buzzfeed, una web con 200 millones de usuarios individuales al mes, presentó intermitencias por la enorme carga de visitas.

Los expertos virales no recuerdan ningún fenómeno semejante en la cultura digital y Twitter llegó a sus máximos históricos de interconexión: 11 millones de tuits y 28 millones de lectores al viernes último.

Esta situación es sintomática de la frivolidad y la indiferencia frente a lo inhumano evidente, con que vivimos hoy día. No se trata de la vida loca, sino, de la vida líquida.



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