El huracán como espectáculo

El huracán como espectáculo

El huracán como espectáculo

Miguel Febles

En agosto del año 2011 el huracán Irene hacía la ruta del norte de Puerto Rico y Santo Domingo. Seis años después “Irma” ha hecho una vía vecina, casi un calco.

Dos semanas después de “Irma”, “María”, otro poderoso huracán, ha cruzado Puerto Rico de sureste a noreste con una cantidad de daños sin precedentes y es como si fuera la primera vez que por allí se desplaza una de estas grandes tormentas.

¿Cuál ha sido la diferencia?

Al margen de la potencia entre ciclones de años pasados y estos dos, un elemento de consideración sin duda, el escribidor encuentra un detalle —para nada despreciable— en la masificación de las tecnologías de las comunicaciones telefónicas y de las denominadas “redes sociales”.

En el año 1999 una compañía canadiense, la Blackberry, sacó al mercado un teléfono con las condiciones técnicas para la mensajería instantánea que se hizo famoso.

Algunos recordarán el BB, símbolo de distinción en quien lo tenía, y el BB-PIN, sistema de envío y recepción de mensajes de texto, que lo acompañaba.

Otras compañías con el sistema Android se apropiaron algunos años después del mercado. La masificación llegó, y hoy día todos somos periodistas, camarógrafos, queremos ser famosos y andamos con uno de estos aparatos en las manos a la caza de cualquier hecho, humano o inhumano, en el que veamos una promesa, así sea remota, de darnos dos minutos de fama en las reproducciones de las redes sociales.

Cuando el huracán Irene hizo la ruta que acaba de hacer “Irma” las redes sociales no alcanzaban la categoría de obsesión ni se había masificado la tenencia y el porte de uno de estos aparatos con cámara, videograbadora, grabadora de voz y acceso a la Internet.

Si el escribidor tuviera dinero invertiría en el negocio estacional de un mostrador de grandes tormentas, en el que prometería a turistas de la naturaleza una exposición segura y de primera mano a una de las manifestaciones más sobrecogedoras del trópico nuestro.

Hace muchos años el cubano Guillermo Álvarez Guedes hacía chistes con el trasfondo festivo de los preparativos en Puerto Rico, Cuba y Santo Domingo para ver pasar el huracán.

Los chistes salían después, para el entretenimiento. Ahora los cazadores de peculiaridades y ridiculeces son instantáneos y masificados.

Salen bajo la lluvia y el viento en busca de un momento luminoso que en otros tiempos hubiera sido parte del anecdotario popular.

Es su razón de ser, su obsesión.

Debe de ser una expresión del tiempo de las redes, y de los aparatos, capaces de capturar un momento del drama humano para formar una realidad paralela, la del espectáculo, la del tiempo que a unos les toca vivirlo y a otros padecerlo.



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