La ONU, que ha sido responsable en gran medida del deterioro de la situación haitiana y de su colapso institucional, se ha mostrado muy negligente y displicente para hacerle frente a la calamidad que vive Haití.

Su intervención militar por unos diez años puede ser calificado como un fracaso monumental pues no ayudó a fortalecer las instituciones de ese país, ni redujo los niveles de pobreza y se retiró dejando el cólera y pandillas que terminaron alzándose con el control de la mayor parte del territorio.

Durante los últimos años se ha hecho la desentendida ante la situación de Haití que se derrumbaba en el desorden y la violencia al punto de que pandillas ejecutaron en su residencia a un Presidente en ejercicio.

También se hacía la desentendida ante las advertencias y clamores de República Dominicana, como si su intención fuera que este país cargara con el lastre de un Estado controlado por la violencia, la pobreza y el desorden.

Haití está a la deriva y no saldrá del abismo a menos que la comunidad internacional asuma con determinación un rol activo para contribuir a su pacificación e institucionalización.

A lo mejor desde la ONU se ha pensado que República Dominicana puede cargar con ese peso muerto, pero eso no es posible.

El presidente Abinader ha dicho con gran claridad en todos los foros posibles que “no hay solución dominicana a la crisis haitiana” y que la prioridad del gobierno dominicano es evitar ser arrastrado por el caos del país vecino.
No hay presiones que valgan para que se cambie de posición, porque de acceder sólo se lograría arrastrar también a la República Dominicana al abismo.

La ONU ha fracasado en Haití, pero tiene la obligación de repensarlo todo y convocar a la comunidad internacional a impulsar una salida haitiana al problema haitiano con acompañamiento de los países que una vez se autoproclamaron “amigos de Haití”.

De no hacerlo así estaría transitando el camino a otro rotundo fracaso.