Navidad y fin de año componen un cónclave emblemático para las sociedades regidas por la fe católica.

Tiempo donde muchas familias procuran dejar de lado sus diferencias y reencontrarse al calor de la unidad de la familia y el mandamiento de amarse los unos a los otros bajo el sentimiento de ternura que despierta el nacimiento de un bebé, en este caso el Niño Jesús.

Junto con este ambiente de festejo, armonía y compartir cuando las personas dejan brotar sentimientos de nobleza en sus corazones también brotan nuevas metas para un nuevo año por venir.

De ahí la relevancia de la combinación de ambas fechas consecutivas en el desarrollo individual. Crecer saludable en los ámbitos profesionales y sociales tiene que ver con la paz y orden que cada individuo logra establecer.

El papa Francisco, durante la homilía de la Misa del Gallo en Roma, llamó a los fieles a valorar al Niño Jesús, quien nació en la pobreza de un establo, y lo relacionó con el nacimientos de millares de niños que si bien nacen en otras condiciones también están privados incluso de dignidad.

Hoy, cuando estamos en ese momento de renovación de nuestro niño interior y con la alegría de los abrazos y el calor de la familia y los amigos y de camino al establecimiento de nuevas metas para un año cargado de promesas, es tiempo de detenernos ante nosotros mismo y plantearnos nuestras propias necesidades con humildad.

Solo derribando nuestras propias barreras podemos crecer y lograr esas metas que anhelamos.