Posverdad y las falsas realidades de las redes

Posverdad y las falsas realidades de las redes

Posverdad y las falsas realidades de las redes

Luis García

En una sociedad como la nuestra, la dominicana, en la que muchas personas “piensan con tres cruces”, pero que les encanta montarse en “olas mediáticas”, erigiéndose en una especie de pensadores de la lumiére francesa del siglo XVIII, alejarse del relativismo se ha constituido en un problema para aquellas que se atreven a pensar de manera distinta.

En el contexto anterior resulta frecuente la utilización de las redes sociales para hacer opinión pública y, con ello, hasta construir percepciones sobre la base de realidades ficticias que, cuando se someten a la argumentación del pensamiento lógico, terminan siendo falsas, pero que son presentadas, mediante mecanismos de manipulación emocional, como si se tratasen de verdades absolutas. Han convertido la doxa, en la regla, y el episteme, la excepción.

Admito que estoy en minoría frente a los que llegan a idealizar las “bondades” de las redes sociales para construir percepciones favorables. Sin embargo, prefiero quedarme en la escuela del extinto Umberto Eco, quien afirmó en una ocasión que “las redes sociales dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad…, pero que rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel”.

El semiólogo, escritor y filósofo italiano concluía sentenciando que se trata de “la invasión de los imbéciles”.
A finales del siglo XIX, ya el filósofo alemán Friederich Nietzsche, al reflexionar sobre la sociedad de ese momento, señalaba, que un problema serio radicaba en que la mayoría de los seres humanos no sabía pensar y que, peor, no escuchaba adecuadamente antes de responder ante cualquier situación.

Todo lo anterior me permite introducir, en este artículo un concepto que no es de uso común en República Dominicana, pero que dará mucho de qué hablar en el futuro inmediato, tanto en los círculos académicos como en los que hacen opinión pública. Me refiero al concepto “posverdad”.

Por supuesto, no pretendo atribuírmelo, dado que su autoría se le confiere al bloguero David Roberts, quien lo habría usado, por primera vez, en el año 2010. Lo que procuro es reflexionar acerca del mismo, luego de un artículo reciente que leí en el periódico español El País, en su versión digital.

De acuerdo a la publicación, “el Diccionario Oxford ha entronizado un neologismo como palabra del año y como nueva incorporación enciclopédica. Se trata de la post-truth o de la posverdad, un híbrido bastante ambiguo cuyo significado denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

La prensa escrita, incluso a nivel planetario, ha tenido que pagar un alto precio por esa situación, al punto que miles de diarios han dejado de circular debido a la proliferación de los medios digitales y el auge de las redes sociales. La cuestión es que la percepción no resulta, necesariamente, la realidad, aunque casi siempre se interpreta como la misma.

La política representa un escenario fértil para jugar con el referido concepto, debido a que es una actividad en la que siempre se apela a la emoción. Comprobado está, por ejemplo, que el voto o sufragio no es una decisión racional, sino totalmente emocional.

Las redes sociales, en ese contexto, se prestan para manipular a la gente, especialmente en sociedades en que el nivel de escolaridad no solamente es bajo, sino que la educación resulta deficiente en términos de la calidad deseada para afrontar exitosamente los problemas comunes de un mundo global.

La “posverdad” nos da la oportunidad de reflexionar acerca de la importancia de comprender que en todo mensaje existen dos niveles de análisis, el primero, la denotación, que es lo que representa; y el segundo, la connotación, lo que significa. Uno, más racional, y otro, más emocional y manipulable.

También permite ver a las redes sociales con cierto recelo para no caer en la invasión de los imbéciles, al estilo Eco.
No reniego a seguir utilizando estas herramientas de la comunicación digital, pero de manera ecléctica.

No pretendo cambiar, por ahora, de pensamiento, aunque reconozco, como el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, casi no pertenezco a la tierra: “Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido”.



Etiquetas