Si hay un mal que nos ha afectado como nación es haber padecido a lo largo de nuestra historia- un agudo déficit de estadistas y un superávit de políticos.
La afirmación es polémica porque en apariencia- estaría aislando dos elementos unívocos. Es impensable que un estadista no sea político y que la política no constituya la praxis en la que se forma el estadista.
Para resolver el conflicto semántico y facilitar el entendimiento de mis amables lectores, suscribo una expresión del legendario primer ministro británico Winston Churchill:
El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.
No haber alcanzado esta conversión en quienes nos han dirigido a partir del ensayo democrático iniciado en la década del 60 tras la hazaña que implicó liquidar la satrapía trujillista- es la consolidación del fracaso.
Para determinar si exagero, hagamos un ejercicio que funcionará como un examen individual respondiendo en su conciencia con F (falso) o con V (verdadero) las siguientes cláusulas:
-En RD se gobierna en base a un plan de nación.
-Existe un pacto político para respetar las metas del plan.
-En el país prevalece la continuidad del Estado.
-Estamos aplicando la Estrategia Nacional de Desarrollo.
-Cada quien aplica en el Gobierno su propio librito.
-Siempre se concluyen todas las obras del anterior gobierno.
-Funciona en el Estado la carrera la carrera administrativa.
-Están en vigor los pactos fiscal, eléctrico y educativo.
-Nos trazamos metas fiscales y las respetamos.
-Cada gobierno es un comienzo en todos los órdenes.
-Se respetan los contratos bajo todos los requisitos legales.
-En la función pública se impone el mérito y no la cuña.
Si la mayor parte de las respuestas son verdaderas, asistimos a un cambio cualitativo. Por el contrario, si resultan falsas es posible que trillemos el camino de un Estado fallido, pese a las buenas percepciones que hoy nos acompañan.