El mánager venezolano de los Marlins de Miami, Osvaldo Guillén, incurrió en una declaración afectiva sobre Fidel Castro que enervó a la intolerante, radical y oportunista comunidad cubana del exilio.
Su locuacidad y sinceridad le están jugando una mala pasada que no es difícil pronosticar un desenlace desfavorable para su carrera.
La acre reacción de los cubanos de Miami -cuyo grandísimo negocio es el anticastrismo-, más el lógico propósito de los dueños de los Marlins de proteger su empresa, le brindan a éstos la justificación para, en el primer parpadeo del equipo, deshacerse de sus servicios.
Una despedida de Guillén será relacionada, indefectiblemente, a esta declaración y significaría su final como dirigente de Grandes Ligas.
Reconociendo cuán conservadora es la sociedad estadounidense dueña de los grandes negocios, incluidos los del béisbol y el deporte profesional, resulta cuesta arriba pensar que otro equipo le dé otra oportunidad.
En su intento de arreglar lo que dijo, creo que Guillén no convenció a los cubanos del exilio. También perdió la simpatía de la mayoría de los venezolanos (que siguen a Chávez) y de los que en el mundo simpatizan con Fidel.
En RD, lo de Guillén sirvió también para destapar el conservadurismo de muchos amigos.