Paradojas de identidad

Paradojas de identidad

Paradojas de identidad

José Mármol

Nuestra vida cotidiana y las formas en que tratamos de pensar y explicarnos la sociedad, la naturaleza, la relación con los demás están constantemente amenazadas por una ambigüedad de sentido, una dualidad o multiplicidad de significados, pluralidades de apariencia incesantemente cambiante; tanto así, que cuando creemos captar la esencia distintiva de algo es cuando, efectivamente, empieza a escaparse, a diluirse su particularidad, para tener que conformarnos con la huella de su reflejo, con un vertiginoso celaje de lo que pudo ser, un indicio de su cambio y no de su permanencia.

Nos movemos entre cosas y seres de una identidad difusa, esquiva, fugaz, que se rehace constantemente, y cuando menos, se presenta de forma paradójica.

Una gran paradoja la constituye el contraste entre unos individuos, sus grupos sociales y un entorno sociocultural y económico con identidades dúctiles y maleables, y un ejercicio del poder, que habiendo perdido su centro y seguridad panópticos (una persona vigila a muchas, sin ser vista), ahora, en la era de la hipertransparencia y el riesgo global, se desespera por imprimir a su relación con los individuos más control, más dispositivos electrónicos de seguridad y un incesante apetito de reducir la complejidad existencial de las personas a un documento único con determinadas informaciones que aspiran a petrificar en los datos la dinámica vital de cada sujeto.

El primer grave error de esas formas de control posmodernas o pospanópticas sobre la subjetividad es el de creer que identificación de la persona es lo mismo que identidad.

La identificación refiera aspectos ubicables, contables, paradigmáticos o únicos en términos de corporalidad (huellas, iris, ADN) y se puede reducir al ámbito de una banda magnética, de un procedimiento administrativo. El Estado ha visto la identidad como algo fijo, estable, invariable.

Mientras que la identidad no es algo que se nos da por naturaleza ni que se nos impone por memorando, pieza plástica, letra escrita o decreto.

La identidad es un proceso individual y social mediante el cual la subjetividad actúa con vistas a producir un sentido, que no viene dado ni se reduce al lugar social que se ocupa; tampoco se limita a responder la gran pregunta existencial ¿quién soy? Ser uno mismo, construirse a sí mismo exige al individuo un trabajo psíquico de enorme complejidad e intensidad.

Es a este hecho que Jean-Claude Kaufmann (2015) llama proceso identitario en la sociedad moderna avanzada, cuyo origen está en la modernidad ilustrada occidental. Más que evidencia, en los procesos identitarios encontramos desviaciones, incertidumbres, ambigüedades, contradicciones, paradojas, porque lo que está en juego es la acción de la persona para construir sentido con fondo existencial; es decir, generar sentido para su propia vida, dotar de sentido acontecimientos, valores, recuerdos, pertenencias, sentimientos, objetos con los que se asocia a sí mismo y disocia de los demás.

Colmar de sentido, aun sea efímero, nuestra vida cotidiana es el grave reto de existir.

La identidad trata acerca de un proceso reformulable, abierto, bastante complejo e inasible, y totalmente ajeno a la idea de fijeza.

El apogeo de la revolución electrónica y su consecuente era digital han complejizado aun más la comprensión del fenómeno de la identidad. Hoy contamos con identidades virtuales, donde impera la noción de mi otro yo, como adujo Sherry Turkle, y antes, el yo que es otro de Rimbaud.

Las identidades virtuales están desafiando el criterio de vigilancia administrativa del Estado. Su vigencia puede ser instantánea.

Su presencia es ubicua. Su corporalidad es inasible. Su sentido de pertenencia a sí y a una comunidad se reduce a un click. Hoy vivimos el juego paradójico de las identidades.



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