Por Ángel Barriuso

Los sábados tempranito en la mañana acostumbro a repasar noticias de Europa a través de uno de los canales del cable.

En ese día de la semana hay tendencia en algunos de estos espacios en resumir en forma ambiciosa sus principales acontecimientos.

Francia, Alemania y España destacan en sus hechos noticiosos a mujeres que son líderes mundiales.

Los caribeños y América del Sur han pasado por esta experiencia. Michelle Bachelet en Chile, muy a pesar de críticas sobre favoritismo, me parece una mujer valiente, decidida y en condiciones de echar adelante a su país.

Igual subrayo a Dilma Rousseff, en Brasil, víctima –probablemente- de una conspiración, y muy a pesar se comportó con envidiable coraje.

Kolinda Graber-Kitarovic es la primera mujer presidenta de Croacia. Fue electa recientemente. De las naciones desprendidas de la antigua URSS, hay mujeres gobernando.

Había 19 mujeres entre los gobernantes del mundo, entre quienes suman Dilma, la brasileña, a quien se llegó llamar la otra dama de hierro.

Argentina figura en el grupo.

Algunas de estas mujeres no están, pero importante es su paso por el Estado, las razones que motivaron el voto a su favor. Portia Simpson-Miller, en Jamaica. Kaula Persad-Bissessar, en Trinidad y Tobago.

Ellen Johnson, en Liberia. Una mujer en Kosovo, otra en Letonia, la vemos además en Lituana, en Corea del Sur, Dinamarca, Alemania. En Francia aspiró una mujer.

En Noruega, Dinamarca o en el centro de África fue observándose la experiencia de tener una mujer gobernando. Y más que citar casos o situaciones, lo ideal es enfocarnos en la razón del voto, en la confianza y razones de la confianza.

No se trata de quedarnos en un simple oficio machista o feminista. Irnos un poquito más allá.

En el curso de una nueva historia.