El duende de los talleres de periódicos existe. No me cabe duda. El mejor ejemplo es cómo, pese a que envié (retrasadamente) mi columna la semana pasada, una misma salió más de una vez, para deleite de quienes me llamaron agradados y mortificación de los aludidos críticamente.

Décadas atrás el referido duende ejercía sus travesuras comiéndose originales que luego nunca aparecían; ahora al menos deja un rastro cibernético… Pero nada le importa.

Este trastornador espíritu burlón hace de las suyas siempre y a veces hasta actúa con un estruendoso sentido de justicia poética.

¿Lo dudan? En 2002, la repetición de una columna mía por un monaguillo impenitente me llevó al banquillo de un tribunal. Ahora -sin proponérmelo- el duende ha dado similar pellizco, recordándome que hábito no es sotana y que es Dios quien dispone. ¡Aunque se auxilie con duendes!