Atando cabos

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La interpretación objetiva de la historia obliga a conocer las causas y el curso que siguen los procesos que la definen. Solo de ese modo establecemos los alcances de un hecho que termina condicionando la ocurrencia de otros.

Haití, por ejemplo, es el resultado de una sucesión de eventos iniciados dos siglos antes con las devastaciones de Osorio. Podría también afirmarse, que las raíces de la anexión a España ahondan en el legado injerencista del cónsul Antonio María Segovia cinco años previos a ese acontecimiento.

Un error de perspectiva del imperio español habría decidido el abandono de los predios dominicanos donde surgiría el Estado haitiano.

La falsa esperanza de acabar con el protestantismo y el auge del contrabando moverían las ejecutorias del gobernador Osorio, quien por carambola crearía las condiciones propicias al asentamiento de la colonia francesa antecesora de Haití.

Todas las derivaciones de esa estrategia fallida representan los efectos de aquel desliz de la Corona española a comienzos del siglo diecisiete.

Formalizar en Rijswijk la posesión de Francia en la isla, cederle la totalidad en Basilea, la formación del Estado haitiano, las ocupaciones de Toussaint, Dessalines y Boyer, así como las persecuciones de Hérard y los recurrentes intentos imperiales de Soulouque, parten de las cédulas reales mediante las cuales Felipe III ordenó devastar y abandonar los territorios occidentales de La Española.

Los embrollos de las relaciones actuales entre los dos Estados insulares, obedecen a las mismas circunstancias. Siendo Haití una realidad irreversible, las devastaciones de Osorio habrían surtido efectos imperecederos.
El 18 de febrero de 1855 el país suscribió con España el Tratado de Reconocimiento, Paz, Amistad, Comercio, Navegación y Extradición.

Bajo ninguna circunstancia España debía en lo adelante inmiscuirse en los asuntos internos de su antigua colonia, pues Isabel II había renunciado para siempre, por sí y sus sucesores, a la soberanía, derechos y acciones que le correspondían sobre la misma, y en consecuencia, admitía a la República Dominicana como nación libre, soberana e independiente.

Segovia fue el primer cónsul acreditado por España en la República tras la firma del convenio. Al implementar el mecanismo de matriculación que concedía la nacionalidad española a numerosos dominicanos, lo hacía con la deliberada intención de influir en el rumbo institucional de la República.

Convertidos en extranjeros, los dominicanos quedaban exentos de ciertos deberes cívicos cruciales para el buen desempeño del Estado, siendo Báez el sujeto clave a favorecer.

La quiebra masiva del sector tabacalero al poco tiempo de Báez asumir la presidencia, provocaría la guerra civil de 1857. Expulsado del poder, quedaban sin embargo los efectos económicos de la bancarrota y de la revolución, cuyas consecuencias inmediatas serían aun peores.

La grave crisis cambiaria que de inmediato arruinó todo el comercio extranjero, condicionó el retiro de los cónsules europeos ante la imposibilidad de acordar con el gobierno una tasa de cambio preferencial que resarciera las pérdidas.

La República, carente de recursos, quedaba así desprotegida de la amenaza haitiana.

El regreso de los cónsules se produjo tras arduas negociaciones desplegadas en Europa.

Arribaron a bordo de cuatro buques de guerra, cuyos comandantes, excepto el de España, venían con instrucciones de forzar al gobierno a revocar las disposiciones legislativas y ejecutivas tomadas contra la crisis por el hecho de no satisfacer sus aspiraciones.

Ante la renuencia del Estado, el pugilato derivó en otro incidente de ribetes mayores, bajo serias amenazas de los comandantes de Francia e Inglaterra, que al imponerse, dejaban la soberanía en entredicho.

La República tomó un giro imprevisto. Al concretarse la anexión a España, la Matrícula de Segovia mostraba el mayor de todos sus estragos.



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