Anacronismos

Anacronismos

Anacronismos

Los griegos, cuando se referían a alguna cosa fuera de tiempo,  le llamaban anacronismos, tanto si se trataba de hechos del pasado situados en épocas posteriores, a los que denominaban paracronismos,  como si  eran hechos de épocas posteriores presentes en las anteriores,  a cuyo fenómeno denominaban procronismos.

Hasta la aparición de la revolución industrial y la instauración del capitalismo como sistema hegemónico global,  los procesos históricos, tecnológicos y culturales, requerían siglos para madurar, mientras que los paradigmas del pensamiento  enmohecían antes de que pudieran ser cuestionados. De manera que los anacronismos aparecían al relacionar hechos muy distantes en el tiempo.

Una de las características de la realidad global a la que asistimos en los últimos lustros es la vertiginosidad de los cambios. Esto provoca que estemos viviendo, en tiempo real, una época de “paracronismos y procronismos simultáneos”, por la presencia, en nuestras coordenadas espacio-temporales,  de fenómenos que se arrastran desde el pasado más remoto  y que se encuentran con los más extraordinarios desarrollos tecnológicos, pensados por los futuristas más fantasiosos.

¿Qué otra cosa son, sino anacronismos,  son el clientelismo y la corrupción patrimonialista enquistada en el Estado desde los tiempos del caudillismo militarista, o la cultura del faraonismo en las construcciones públicas?

¿Qué túnel del tiempo permite unir bajo el mismo techo a los apagones eléctricos y la cocina en “anafes” con la cibernética, los teléfonos celulares y el internet inalámbrico de banda ancha?

¿Cuál de las ecuaciones de la teoría de la relatividad puede explicar la dualidad del discurso del futuro que propone erradicar la corrupción mientras llena sus bolsillos con su vieja práctica?

¿Cuál hilo de telaraña vincula en el tiempo los mecanismos de acumulación económica y de saqueo de la naturaleza y de los seres humanos, que enarbolaron las hordas de la conquista, apoyados en la espada y el mosquetón, con la apropiación de las riquezas colectivas por las élites políticas y sociales que controlan el “moderno” Estado a través del “consenso” mediático?

Para que quede como ilustración de qué tanto se han acercado las dos modalidades de anacronismos en los albores de este nuevo milenio, hace apenas dos décadas que fue proclamado el “fin de la historia”, el triunfo definitivo de mercado sobre el Estado. Los teóricos celebraban el inmenso crecimiento de la “economía del futuro”: no había que producir bienes ni servicios para obtener ganancias. Bastaba invertir en mágicos papeles financieros de los que brotaban los millones de dólares, tal cual se suponía en la antigüedad que la “piedra filosofal” transformaba  chatarras en oro.

Y como si fuera intencional andar con los anacronismos a cuestas, la ideología neoliberal recogió del pasado a Panacea, una de las diosas griegas de la salud, en base a la cual se construye el mito de un remedio universal que podía curarlo todo. Esa medicina para todos los males sociales se llamó privatización, que a su vez adquirió vida como un Franskenstein que destruyó a su propio creador, aunque en este caso se trataba de un re-creador, porque esas ideas  varios siglos atrás ya habían sido rumiadas por el liberalismo clásico europeo.

Ungidos de esa pócima, apenas doce años atrás, durante el primer gobierno del Dr. Leonel Fernández, fue puesta en marcha la fiebre privatizadora. Se descuartizaron los ingenios azucareros. Las empresas de Corporación Dominicana de Empresas Estatales –Corde- fueron “rifadas”. La Corporación Dominicana de Electricidad fue repartida a varias concesiones que “traerían la luz, eliminarían el clientelismo  y le quitarían el pesado lastre de los subsidios al Estado”, introduciéndonos, por fin, a la modernidad tan añorada.

Gran negocio para los “agraciados”. “Billete pelado” para el país. Los apagones continúan y seguimos pagando los subsidios y la factura más cara del mundo y lo que queda de la antigua CDE se mantiene como un coto del clientelismo politiquero.

A la velocidad de la luz, el fin de la historia se convirtió en la historia del fin del neoliberalismo, de la idea de que una “mano invisible” regularía y equilibraría el nuevo y definitivo orden social y de que llegábamos a una era de estabilidad permanente. La crisis global del capitalismo salvaje ha llegado con la fuerza de un tsunami, barriendo economías e ideologías justificantes.

Mientras los Estados más poderosos del globo, que habían levantado al nivel más alto el paradigma neoliberal, acuden hoy a una versión desfigurada del keynesianismo, recurriendo a inyectar cuantiosos recursos a los quebrados bancos y a las grandes empresas arruinadas por la burbuja especulativa, en nuestro empobrecido país se levanta vigorosa el eco de la consigna ¡privatización! Esta vez vienen sobre las migajas del pastel que no pudieron engullir en el primer festín.

No pueden ocultar la gula. Como animales hambrientos se les hace agua la boca frente a la deliciosa presa: Las hidroeléctricas y el sistema de transmisión de energía serán puestos en venta, apoyados en una nueva campaña de ablandamiento de la “conciencia”. Otra vez nos dicen que el problema son los subsidios y la politiquería y bla, bla, bla… y que hay que privatizar.

Marranzini “vuelve y vuelve” a la CDEEE con el fracasado y anacrónico neoliberalismo, cuando en todas partes ya le rezaron “los nueve días” a las privatizaciones. Conviven en la nuestra, una sociedad paralizada en el tiempo,  los muertos del pasado con los futuros muertos de risa.

En fin… Leonel prometió resolver los apagones para el 2012. Perdón, pero esa promesa se parece a la que hizo en el 1996, cuando inició las privatizaciones. Tentación sin satisfacción.

Hablando de anacronismos, este es el castigo de Tántalo, que cuando más cerca nos dicen que está la solución añorada es cuando más se aleja.

 

*El autor es sociólogo, profesor de la UASD y uno de los voceros del Foro Social Alternativo



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